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sábado, 27 de julio de 2013

Capítulo 21. El viaje (la mente mágica)


Al día siguiente, las chicas bajamos las primeras. Mientras terminábamos las tostadas, los chicos bajaron, frotándose los ojos. Arthur y Ángel venían sin camiseta. La verdad es que ellos dos eran los que estaban más buenos. Lucía se atragantó al ver las tabletas de Arthur. Puso la excusa de que había tragado por el otro lado, pero Diana, Miriam y yo sabíamos que no era por eso. Ángel me dio un pequeño beso y se sentó a mi lado. Empezó a comerse su tostada, lo mismo que hicieron Mario, Tomás y Arthur. Al terminar de desayunar, nos fuimos al sofá, a ver las noticias matinales. Anunciaban un secuestro y un suicidio en el mismo barrio. Tras algunas imágenes destrozadoras, el mago Nicolás apareció de repente. Tras algunos grititos del susto, el mago Nicolás empezó a hablar:
-Tengo algo que anunciaros.
-Dinos-dije-.
-Nos vamos.
-¿Qué?-preguntó Arthur-. Si llegué ayer-añadió-.
-Sí y lo siento. Pero la bruja Jane ya sabe donde estamos y quién es el nuevo elegido. Ya ha secuestrado a tu familia Arthur.
-¡Mi familia! ¡Ma famille, ma famille!-empezó a gritar en francés-.
-¡No sufras!-le indicó Lucía-. Si no, le darás poder a Jane
-De acuerdo, d'accord, tranquilise toi Arthur.
Seguía balbuceando en francés y no entendíamos nada, excepto yo, que entendía alguna que otra palabra al haber dado francés durante dos años. Mientras Arthur andaba de una lado para otro del salón nervioso, el mago Nicolás seguía hablando:
-Nos vamos a Francia, a la ciudad de París.
-¿Quééé?-exclamamos todos-.
-Lo que oís. Y nos vamos ya. En media hora estoy aquí para llevaros al hotel que he reservado. Preparad todo lo necesario para el resto del año, que pasaremos allí.
Tras haber asimilado la gran noticia, empezamos a hacer las maletas. Todos los que pasábamos por al lado de Arthur, le dábamos palmaditas en la espalda, animándole, pero sólo Lucía se quedó explicándole que todas las familias de los elegidos estaban encerradas. Eso no pareció animar mucho a Arthur, así que Lucía se alejó de él y siguió preparando su maleta desilusionada.
Tras media hora de preparativos, estábamos listos. Llevábamos toda la ropa de nuestros armarios y todos nuestros objetos personales. El mago Nicolás apareció allí y nos indicó que le tocáramos. Al hacerlo, empezamos a girar y a girar, hasta que tocamos suelo. Estábamos en una abarrotada calle de París. Sólo las personas de energía positiva podrían ver al mago Nicolás, y no les parecía extraño, ya que seguramente le conocerían.
   En frente nuestra, estaba la entrada de un hotel de cinco estrellas, llamado Le Palace. Arthur dijo que ya había estado en ese hotel una vez y que era verdaderamente impresionante. El mago Nicolás nos indicó que ese hotel sólo lo podían ver las personas con energía positiva, que para las de energía negativa era un simple almacén abandonado. Seguimos al mago Nicolás al interior del hotel. La recepción era acogedora y hogareña. Con sólo las luces que hacían falta colgadas del techo, varios sillones alrededor de una gran mesa redonda, donde había varios Mac. El suelo era una gran alfombra roja, con los bordes de oro. La recepción ocupaba un lado entero de la sala. Varios recepcionistas atendían largas colas de personas con sus maletas. Cada recepcionista tenía un ordenador a su disposición.
El mago Nicolás se dirigió a la cola más pequeña. Nos dijo que todos los clientes eran magos o brujas o adolescentes con energía positiva. Incluidos todos los trabajadores, que ya eran todos oficialmente magos y brujas con todos los poderes.
Tras quince minutos de espera, llegó nuestro turno. Una mujer rellenita y amable nos atendía. Tenía orejas puntiagudas. Que extraño, pensé. Mientras el mago Nicolás hacía los papeles y reservaba las habitaciones, nosotros estábamos sentados en los sillones, cada uno con un Mac en frente. En media hora, los papeles estaban listos. Como mago Nicolás que era, un hombre con chaleco rojo y blusa blanca debajo, se ocupó de llevar todas las maletas, flotando, claro. Por el camino, el mago Nicolás nos explicaba la disposición de las habitaciones. El mago Nicolás no quiso poner las parejas juntas, para prevenir. Yo iba con Lucía, Miriam y Diana, Ángel y Arthur y Tomás y Mario.
Subimos a la planta cincuenta. Teníamos las habitaciones 1235-1236-1237-1238-1239, ya que el mago Nicolás tenía una para él sólo. Nos quedaríamos en ese hotel el resto del año, es decir, cuatro meses. Cada habitación, era una especie de apartamento, con salón, sofás, teles enormes, dos cuartos de baño con bañera, váter y ducha, terraza, habitación...
Lucía y yo entramos a nuestra habitación, la 1237. Ángel y Arthur tenían la 1238, Mario y Tomás la 1236 y Diana y Miriam la 1235.
Lucía y yo nos quedamos boquiabiertas. Nuestra habitación era casi como una casa normal y corriente. Nuestro salón, que era lo primero que se veía, era tan grande como el de la casa de Miriam. Teníamos una tele HD 3D, de 35 pulgadas, de color blanco. El sofá era de cuatro plazas, color beish. Estaba en frente de la tele. Entre la tele y el sofá, había una mesa de madera caoba, con un frutero y el mando de la tele encima. Debajo de la mesa, había una alfombra redonda de pelos beish. Justo detrás del sofá, había un pequeño muro, igual de alto que el sofá, que separaba el salón de la cocina. Ésta era bastante moderna, acompañada de lavabajillas, microondas, horno, tostadora, sartenes, ollas, lavabo, platos, vasos, un montón de armarios y cajones... La encimera era de granito, y los armarios y cajones de madera. Justo en el centro de la cocina, había una mesa, acompañada de cuatro sillas. La mesa y las sillas también eran de madera caoba.
A continuación, nos dirigimos a una puerta que había en el lado izquierdo de la sala. La abrimos. ¡Era un gimnasio! No nos lo creíamos. Había dos bicicletas de spinning, dos cintas, pelotas enormes, colchonetas para hacer yoga... Total, un gimnasio. Lucía se subió a la cinta y la puso en marcha:
-¡Qué guay!-gritó-. ¡Siempre he querido usar una!
La puso cada vez más rápido, hasta que llego un momento que se puso a correr. Contenta, soltó las manos de las barreras que había para agarrarse. Resultado: perdió el equilibrio y se cayó de culo. Me reí. Ella se levantó frotándose los glúteos, y me llamó guarra de broma. Yo me acerqué y le di dos besos en las mejillas. Tras ese accidente, seguía la exploración de nuestra nueva casa.
Salimos del gimnasio, y nos dirigimos a la puerta que había en la pared norte. Guau. Era nuestra habitación. Había dos camas individuales. Cada una tenía al lado una mesita de noche, con una lámpara. Otra mesita de noche con un teléfono separaba las dos camas. Lucía se acercó al teléfono, donde había una nota escrita a ordenador que indicaba como usarlo. Leyó en voz alta:
-Primero, marcar el número de la habitación. Después, pulsar la tecla verde. Si quiere llamar a servicio de habitaciones, pulsar el siguiente número: 676. Si quiere llamar a recepción, pulsar el siguiente número: 767. Guarde esta nota para su seguridad-terminó-.
Lucía sonrió maliciosa, y después de guardar la nota en el cajón de su mesita de noche, descolgó el teléfono. Marcó el número de la habitación de Ángel y Arthur, la 1238. Puso el altavoz y tras tres bips, respondió la voz de Ángel:
-¿Sí?
-Hola tonto-dije cariñosa-. Hola idiota-añadió Lucía-.
-Hola guarras-dijo riéndose Ángel-. Espera, que pongo también el altavoz y llamo a Arthur-añadió-.
Lucía se puso nerviosa. Siempre lo hacía cuando sabía que iba a hablar con Arthur:
-¡Hola!-saludó Arthur-.
-¡Hola!-respondimos nosotras-. ¡Espera! ¡Se puede hacer una llamada con cuatro habitaciones en total! ¡Llamemos también a la habitación de Tomás y Mario y de Diana y Miriam!-añadió ilusionada Lucía-.
Marcó los números 1235 y 1236. Tras tres bips, respondieron Diana y Tomás al unísono:
-¿Sí?
-Hola tontis-dije-. Somos Ángel, Arthur, Lucía y yo. Podemos hacer una llamada combinada-añadí sonriendo-.





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