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sábado, 20 de julio de 2013

Capítulo 14: ¡Madre mía! (la mente mágica)


Pasó una hora y por fin, Fran salió del cuarto de baño:
-¿Qué tal está?-pregunté nerviosa-.
-Bueno... no, hombre. Está bien. Un poco atontado, pero bien.
-¡Qué alivio!-gritó Miriam-. Me he cagado cuando vi la sangre en su cabeza y...
-Cariño-la interrumpió Mario-. ¿Por qué no te vistes?
Entonces todos nos fijamos en Miriam, que aún iba con la toalla enrrollada:
-¡Uy! Se me había olvidado. ¡Joder! ¡Es que me habéis estropeado el baño!¡Y cuidado con las miraditas!-gritó enfurecida mientras se dirigía a su habitación.
-¿Fran?-dije-.
-¿Sí, Paula?
-Verás. Tengo el tobillo roto y por eso estoy flotando. Si podrías arreglármelo...
-¡Claro! Espera.
Y como anteriormente con Pablo, Fran se arrodilló sobre mi tobillo, empezó a tocármelo y a decir palabras raras. Por fin, tras cinco minutos, sonó un crujido y un pequeño alarido por mi parte, y mi tobillo estaba arreglado:
-¡Gracias, Fran!-dije mientras dejaba de flotar-. Por cierto... aquí faltan personas. ¿Dónde están Diana y Lucía?
-Verás cariño-me dijo Ángel-. Baja al salón y te lo cuento todo-.
Entonces Ángel empezó a empujarme suavemente por la espalda, mientras los demás se metían en sus habitaciones:
-¿Qué pasa? ¿Ha pasado algo grave?-pregunté preocupada-.
-No-dijo Ángel mientras se sentaba en el sofá y señalaba un sitio a su lado-. Verás, te cuento. Cuando desapareciste, llamamos al mago Nicolás, le contamos lo sucedido, y decidió que lo mejor sería ir a ver a la dueña de la panadería.
-¿La señora Damiro?-pregunté-.
-Exactamente-afirmó Ángel-. Bueno, el mago Nicolás lo decidió así pensando que si sabía que éramos los elegidos, sabría más cosas. Así que al tocarle todos en la cabeza, aparecimos en la entrada de la panadería de la señora Damiro. Pero entonces...
-Ay, madre mía...-le interrumpí-.
-Pero entonces-prosigió-. Vimos que la puerta estaba girada en sus tornillos, el interior estaba oscuro y los cristales de las ventanas rotos.
-¡NO!-dije mientras empezaba a sollozar-.
-El mago Nicolás lo arregló todo y después nos dijo que pensaba que había sido cosa de Jane, que habría averiguado lo de que la señora Damiro nos había dicho que éramos los elegidos. Y no sé que le pasó a Diana, que empezó a llorar como loca y se fue corriendo a la sala de espejos del Centro Comercial. Tomás quería ir tras ella, pero tropezó con.... con un cuerpo..... el cuerpo de.... la señora Damiro-dijo Ángel tragando saliva-.
-¡Noooo!-grité mientras lloraba-. ¡La señora Damiro era... era la tía abuela de Diana! Pero... se suponía... se suponía que era un secreto....
-Madre mía... Bueno... total, que Tomás se tropezó, todos nos fijamos en el cuerpo de la señora Damiro y el mago Nicolás la enterró. Pero sólo Mario vio que Lucía se había ido corriendo detrás de Diana.
-¿Lucía?¿Lucía iba acompañada de su conejito hablador?
-No. El mago Nicolás utilizó su vista láser para ver si estaban bien, pero con los cristales rebotaba y abandonó esa idea. Nos quedamos una hora esperando a que Diana y Lucía salieran, pero no había resultado. Tomás estaba como loco por querer salir a buscar a su novia, pero el mago Nicolás lo ató con una cuerda porque no estaba decidido a perder a más elegidos. Así que volvimos a casa. Miriam empezó a llorar y subió a bañarse. Y entonces llegasteis Pablo y tú.
-Ángel, yo, yo... ¡Esto es horrible! ¡Hay que salvar a Diana y a Lucía! ¡Por favor!-gritaba mientras lloraba con fuerza-.
Ángel me acurrucó entre sus brazos, colocando mi cabeza en su pecho y me dijo:
-El mago Nicolás es más fuerte. En este momento las está buscando. Pero tú tienes que dormir.
-No, hay que salvarlas... la señora Damiro...
-Tranquila. Duérmete. Cuando despiertes, Diana y Lucía estarán aquí.
Al oír las palabras tranquilizadoras de Ángel, mis párpados ganaron y empecé a relajarme y tras unos cinco minutos, a dormirme.


Mientras tanto, en la sala de los espejos del Centro Comercial

-¡Diana, Diana! ¡Espera!-gritaba Lucía-.
Lucía estaba en la sala de los espejos, corriendo desesperada tras los pasos de Diana, que había huido llorando tras oír que el mago Nicolás decía que la señora Damiro estaba muerta. Cuando Diana empezó a correr, oyó a alguien caerse al suelo, y al girarse, vio el cuerpo de su tía abuela Sara Damiro, la tía de su madre, y fue cuando empezó a llorar más desesperadamente y a correr más rápido. Se metió en la sala de espejos escapando de Lucía, que la seguía. Ahora, Lucía estaba cada vez más lejos y Diana corría chocándose cada dos por tres con los limpios espejos, confundiéndolos con una salida. Diana se había dirigido hacia allí para escaparse de Lucía, porque había oído que esa sala de espejos era enorme, y era muy díficil de salir de allí, y sobre todo, de encontrar a una persona.
Por fin, Diana decidió pararse a coger aire, doblándose por la cintura. Entonces, se sentó apoyada en un espejo como otro cualquiera, pensando que tenía mucha ventaja sobre Lucía y que ésta nunca la encontraría, aunque Diana tenía el poder de la invisibilidad y podría volverse invisible cuando Lucía llegara. Mientras descansaba, pensaba en su pobre tía abuela, la que le había dicho a Paula que eran los elegidos. Cuando en el autobús Diana se enteró de quién lo había dicho, se sentía muy orgullosa de su tía abuela, aunque no podía decirle a nadie que tenía parentesco con ella. Sólo y exclusivamente, Paula lo sabía, ya que un día vio a Diana dar un abrazo a la señora Damiro y llamándole tita. Por lo tanto, Diana le tuvo que contar el secreto.
¿Y por qué tenía que ser un secreto? Pues porque sólo Diana y la señora Damiro sabían que tenían parentesco. Los padres de la chica no sabía nada, y Diana no se lo contó, porque éstos eran muy pijos y no les gustaba la gente que trabajaba en sitios humildes, como la señora Damiro. Ya sé que la madre de Diana debería de saber que la señora Damiro era su tía, pero desde la muerte del padre de la madre de Diana, ésta no supo nada de su tía Sara García. Ahora se llamaba Sara Damiro porque se cambió al apellido de viuda, tras la muerte de su marido.
Mientras Diana pensaba, cada vez tenía más hambre, más sueño y más sed. No tenía hora, así que no sabía cuánto tiempo llevaba allí, pero suponía que unas tres horas por ahí. Tampoco llevaba el móvil, porque se lo había dejado en casa de Miriam pensando que no lo necesitaría para una simple visita a la panadería de la señora Damiro, así que no podía llamar por teléfono, ni tenía intención de hacerlo.
Pasó un rato y Diana seguía sin oír a Lucía, así que decidió echarse una siesta. Como dentro de la sala de espejos había poca luz y por supuesto no había ventanas, Diana no sabía que hora era aproximadamente, ni si ya era noche cerrada. Supusía que cuando cerraran el Centro Comercial, apagarían las luces de la sala de espejos, y el Centro Comercial cerraba a las ocho de la tarde, así que por lo menos en ese momento sabría la hora. Sin embargo, Diana no podía dormir. Ahora deseaba que Lucía la encontrara, y no estar sola y volver a casa. Así que Diana se puso de pie y empezó a gritar el nombre de su amiga. Ésta le contestó, escuchándola gracias a su poder. Parecía que estaba cerca, pero como el sonido viajaba fácilmente chocando con los cristales, Lucía podría estar en la otra punta de la sala. Justo cuando Diana comenzaba a caminar, algo le agarró el pie:
-¡¡SOCORRO!!-gritó mientras intentaba escabullirse de una mano pringosa, con piel muerta y viscosa que salía del espejo donde había estado apoyada y que le agarraba el tobillo-. ¡¡Lucíaaa!!¡¡Ven rápidooo!!
Diana seguía sin entender como una mano podía salir del espejo, pero por el aspecto de ésta, ya se temía de quién podía ser la mano:
-¡¡Voooyyy!!-escuchó gritar a su amiga-.
Mientras Lucía corría, guiada por la voz de su amiga, la mano tiraba cada vez con más fuerza del tobillo de Diana, hasta que consiguió que la chica cayera al suelo, haciendo vibrar todos los cristales. La mano seguía tirando más y más fuerte cada vez, haciendo que el cuerpo de Diana se introdujera cada vez más en el espejo:
-¡¡Lucíaaa!!¡¡Date prisa por favoooor!!
-¡¡Voyy!!¡¡Voyy!!
Cuando Lucía estaba a punto de llegar hasta Diana, la mano consiguió meter el cuerpo de Diana totalmente en el espejo. Para cuando Lucía llegó, sólo pudo ver un mechón de pelo de su amiga. Lucía intentó atravesar el espejo, pero este estaba duro e intransitable, como un espejo normal y corriente:
-¡Tranquila Diana! ¡Te salvaremos!-prometió Lucía al borde del llanto-.
De repente, gracias a su poder, Lucía escuchó unos pasos fuera de la sala de espejos. Escuchó que la persona que los producía arrastraba los pies. Durante la semana que había pasado con el mago Nicolás y sus amigos, había memorizado la forma de andar de todos ellos, así que sabía perfectamente que quién estaba fuera era el mago Nicolás. Así que Lucía, guiada por los pasos del mago, siguió caminando entre el pasadizo de espejos, hasta llegar a la salida de la sala.


Volviendo a la casa de Miriam
Estaba abriendo los ojos poco a poco, y fue cuando me acordé de que me habia quedado dormida en brazos de Ángel. El pobre debía de tener hormigas en los brazos. Me fui incorporando y vi que en el salón no había nadie excepto yo y Ángel, que también se había quedado dormido. Me froté los ojos, y me fui sentando en el borde de sofá que no estaba ocupado por el cuerpo de Ángel, intentando no hacer ruido para no despertarlo. Empecé a caminar hacia la cocina. Llevaba cuatro días sin comer, y tenía un hambre voraz.
Mientras miraba en el frigorífico si había algo para picar, empecé a escuchar varias voces murmurando. Por el tono que utilizaban, debían de estar asustadas y preocupadas. Cogí un yogurt, y mientras lo abría, caminaba hasta la entrada de la casa, desde donde provenían las voces. Por el camino me cogía el cajón del armarito de la entrada de la casa de Miriam, donde estaban los cubiertos. Cogí una cuchara y empecé a lo que se dice devorar mi yogurt. Al llegar a la puerta, pegué mi oído a ella para oír lo que decían sin que me pillaran, ya que no quería interrumpir la conversación:
-Y una mano cogió a Diana...
-Mago Nicolás, hay que salvarla, por favor...-murmuró la voz de Mario-.
-Chico, no sé si vamos a poder a tiempo. Pero sé de alguien que a lo mejor sabe lo que hace la bruja Jane con los elegidos que atrapa. Salga señorita Paula.
Así que me había pillado. Normal. El mago Nicolás tenía también el poder de ver a través de las paredes. Abrí la puerta y con la mirada avergonzada, oculté mi yogurt tras la espalda, siendo inútil, ya que el mago Nicolás me descubrió y me dijo:
-Señorita Paula, puede sacar su yogurt y terminárselo. Tendrá mucha hambre.
-Gracias mago Nicolás.
Saqué el yogurt de detrás de mi espalda y me lo terminé. Entré un segundo en la casa y tiré el cartón de yogurt a la basura. Seguía teniendo hambre, pero por ahora tocaba enterarme de qué había ocurrido con Diana y Lucía.
Volví a donde estaban los demás, que esperaban a que llegara para seguir hablando de lo sucedido. Lo primero que hice fue saludar a Lucía:
-¡Hola, Lucía!-grité corriendo a abrazar a la muchacha-. ¿Qué ha pasado? Cuenta, cuenta.
Entonces Lucía empezó a contarnos todo lo que había sucedido en la sala de los espejos del Centro Comercial, y cómo una mano, seguramente de un zombie, se había llevado a Diana hasta el interior del espejo. Al terminar, el mago Nicolás me preguntó que qué hacía con los elegidos cuando los atrapaba. Yo les expliqué a todos, incluido a Pablo, aunque ya lo supiera, que nos convertía en sus sirvientes para toda la vida, y que dejaríamos de serlo cuando ella muriera, y que nos mataría cuando hubiera atrapado a todos los elegidos. Entonces, el mago Nicolás, para variar, estropeó las esperanzas de salvar a Diana diciendo que a ese paso la chica ya sería la sirvienta de Jane.


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