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martes, 30 de julio de 2013

Capítulo 26: Mitad demonio (la mente mágica)


Desde el beso, Arthur ni miraba a Lucía. Lucía estaba triste y deprimida. ¡Había sido el chico el que le había besado más tarde, no ella! Me iba con Lucía a todas partes, de compras, a hacer turismo... Un día intenté hablar a solas con Arthur, pero el chico se escabulló y ni me miró. Le pregunté a los otros chicos si sabían qué le pasaba, pero no sabían nada. Sólo un día, Ángel me contó que Arthur se pasaba todo el día en el cuarto de baño llorando. ¿Qué le ocurría? Lucía estaba llena de dudas, ¿Arthur la quería o no? ¿Qué pasaba? ¿Por qué lloraba el chico? Tantas preguntas y ninguna respuesta. Que rabia.
Un día Lucía y yo íbamos paseando por la calle y al pasar por su lado, unos chicos nos silbaron. Eran las nueve de la noche y la calle estaba abarrotada. Los chicos que nos habían silbado nos seguían a diez metros. Tras diez minutos después de seguirnos uno de ellos dijo que fuéramos con él a su cama, que sería un trío muy divertido, fue entonces cuando no sé cómo, Lucía se giró y le empezaron a salir rayos rojos de los ojos. Atravesó con ellos el cuerpo de todo esos tíos, partiéndolos por la mitad. Los rayos se apagaron:
-¿Pero qué? ¿Qué he hecho?-dijo Lucía llorando-. ¡Ese no es mi poder!
-¡No sé! ¡No sé!-dije- ¡Hay que tranquilizarse! ¿Qué hacemos con los cuerpos?
-¡Dejarlos aquí!-respondió Lucía-. ¡Vámonos!
Segundo suceso de la noche. Lucía me cogió de la mano y al hacerlo, le salieron unas alas negras de la espalda. Se asustó y no voló, sino que se quedó allí quieta. Menos mal que en ese callejón no había nadie:
-¿¡QUÉ ME PASA?!-gritó Lucía-,
-¡Gran mago Nicolás, le necesito!-grité yo a mi vez-.
El mago Nicolás apareció con un ”¡puf!” y nos miró sorprendido. Enseguida nos cogió las manos y nos las puso en su cabeza. Empezamos a girar y a girar hasta que aterrizamos en el suelo de nuestra habitación:
-Qué ha pasado.-dijo enfadado-.
-Pues... unos chicos nos seguían silbando y... Lucía se giró con rayos rojos que salían de sus ojos y partió a los chicos por la mitad-dije-.
-¿Quééé?
-Después, después nos íbamos a ir dejando allí los cuerpos y a Lucía le salieron las alas-terminé-.
-¿Qué me pasa?-preguntó Lucía llorando-.
-Pues... no te lo vas a creer-empezó el mago Nicolás-. O eres... deonio o.... mitad demonio.
-¿¿¿¿¿QUÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉ?????
Los demás vinieron corriendo al oír el grito:
-¿Qué pasa?-preguntó alarmado Arthur-.
-¡Mira por donde! ¡Por fin hablas, tío!-dijo Lucía-.
-Yo..-empezó a decir Arthur-. Lucía... Es que... no te quiero hacer daño. Por eso no quiero salir contigo. Yo... soy mitad demonio y cuando un mitad demonio besa a otro.... ¡Todas mis ex se convirtieron en mitad demonio! ¡Incluso teniendo energía negativa! ¡Yo no quería que te pasara nada! ¡Mírate ahora! ¡Por mi culpa también eres un mitad demonio!-gritó Arthur-.
-Arthur...-empezó a hablar el mago Nicolás-. Yo no sabía que eras mitad demonio...
-¡Quería ser un elegido para ayudar al mundo! ¡Soy una criatura de magia negra, pero no me gusta serlo!
-Estás perdonado y puedes seguir siendo elegido. Pero ahora Lucía también es mitad demonio...
-¿Y cuál es la diferencia entre mitad demonio y demonio?-preguntó Diana-.
-Que un demonio es inmortal y ya no crece, y un mitad demonio es mortal y sigue creciendo. Los poderes son los mismos.
-¿Y qué poderes tengo a partes del mio?-preguntó Lucía, ya más calmada-.
-El tuyo te lo quito, ya que es insignificante en comparación a los que tienes ahora.
-Puedes lanzar rayos láser desde tus ojos, que destruyen cualquier cosa, puedes volar con tus alas negras, puedes convertir a otras personas en mitad demonio besándoles y puedes... matar con gran facilidad y volverte del lado del mal si quieres. Ahora eres una criatura de magia negra.
-Dios...-dijo Miriam-.
-Ahora eres como yo, y podremos estar juntos, si quieres-añadió Arthur sonriendo pícaro-.

lunes, 29 de julio de 2013

Capítulo 25: Atraco (la mente mágica)


Narra Paula, y por ahora para toda la historia
Había estado muerta dos meses. Dos. En realidad estar muerta era como dormir. Para mí había sido un sueño muy, muy largo y profundo. Ángel me había salvado. Que ricura de chico. Y era todo mío. Por fin podíamos disfrutar de París todos juntos. Arthur y Lucía cada vez se acercaban más. Ojalá empezara algo entre ellos, pero Lucía aún seguía triste por el engaño de Pablo. Pobre. Pasaron las semanas. Ángel me trataba con más cariño que nunca. Él decía que lo hacía porque ahora se había dado cuenta de que la vida era un hilo. Era verdad.
Llegó la primera semana de diciembre. En París hacía bastante frío, ya que había una pequeña helada. Ese día teníamos planeado ir a patinar a la pista de hielo. Nos preparamos una pequeña merienda para después de patinar y nos vestimos bien abrigados. Ese día era totalmente para divertirse.
Salimos del hotel sonriendo, ilusionados por ir a patinar. Cogimos un autobús. Cada uno iba a pagar su entrada, pero Ángel me lo prohibió y pagó la mía. Que ricura de chico Nos sentamos en la parte trasera del autobús, en los únicos asientos libres. El trayecto hasta nuestra parada duraba veinte minutos. Me acomodé apoyando mi cabeza en el pecho de Ángel. Lucía me sonrió. Le correspondí la sonrisa. Iba de la mano de Arthur. Ya parecían una pareja, pero aún no lo eran.
Los veinte minutos hasta la parada pasaron lentos y aburridos. Por fin, el autobús frenó. El conductor indicó el nombre de la parada, y al oír que era la nuestra, nos bajamos rápidamente. Hacía mucho frío. Salía vapor de la boca. Colocándome bien la bufanda y el gorro, entramos en el edificio donde estaba la pista de patinaje. La pista estaba medio vacía. Que raro, pensé, pero a la vez mejor. Esperamos en la pequeña cola que había para comprar las entradas. Tras cinco minutos de espera, llegó nuestro turno. Arthur, que era el único que hablaba francés perfectamente, se encargó de pedir las ocho entradas. Cuando el recepcionista se las entregó, nosotros le dimos el dinero. Esta vez, pude evitar que Ángel gastara su dinero en mi entrada.
Nos dirigimos a una pequeña sala, por la puerta donde nos había indicado el encargado. Allí nos esperaba un hombre de mediana edad para elegir los patines. Cada uno dio su número de pie y el hombre nos entregó un par de patines a cada uno. Tras colocárnoslos, empezamos a caminar hasta la puerta que nos llevaría a la pista de patinaje. Era muy fácil andar con patines, pero no sería tan fácil patinar. Para todos excepto para Ángel y Arthur, era nuestra primera vez. Abrimos la puerta y de uno en uno, accedimos a la pista de hielo. En cuanto Miriam colocó un pie en la resbaladiza superficie, resbaló y se pegó un culazo. Los demás no pudimos evitar reírnos. Mario ayudó a Miriam a levantarse, riéndose. Por ser tan graciosillo, Miriam tiró del brazo de Mario al tenderle éste la mano para ayudarla a levantarse. Mario también se cayó de culo:
-Bueno, para que estamos aquí, ¿para patinar con el culo o con los pies?-dijo riéndose Ángel.
-Que graciosillo-dijo Miriam ya de pie, frotándose el culo-.
-Bien. Lo primero es deslizar un pie adelante, después el otro... Y así sucesivamente-explicó Arthur-.
Nos hizo una demostración de lo acababa de explicar. La primera en intentarlo fui yo. Deslicé un pie adelante, después el otro. Llegué hasta Arthur. Contenta por mi logro, me desconcentré y pegué un resbalazo. Menos mal que estaba junto a Arthur. El chico me cogió antes de caerme de culo. Lucía me miró celosa e intentó avanzar hacia Arthur. Al llegar junto a él, intentó caerse a posta, sólo que Arthur seguía agarrándome de las manos para que no perdiera el equilibrio y Lucía se cayó de culo. Ángel se acercó hasta ella y le ayudó a levantarse. Ahora la celosa era yo. Lucía se rió, pícara. Me solté de Arthur y me dirigí hacia ella. La chica pensó que la iba a empujar, así que se soltó de Ángel y empezó a patinar, a gran velocidad. Que crack. Ya sabía patinara. Yo seguí su ejemplo. Un pie, otro. Conseguí patinar cada vez más rápido, hasta que me iba acercando a Lucía cada vez más, el problema era que no sabía frenar, así que sin poder evitarlo, empujé a Lucía y las dos nos caímos, partiéndonos de risa. Ángel y Arthur se acercaron y nos ayudaron a levantarnos. Al estar de pie, los cuatro nos dimos las manos, y más despacio, nos dirigimos hacia Mario, Miriam, Diana y Tomás, que aún seguían agarrados a la barra, sin atreverse a soltarse. Arthur y Ángel nos soltaron y les dieron las manos a Diana y Lucía. Les indicaron que hacer y las chicas poco a poco, iban más rápido, hasta que Ángel y Arthur las soltaron y consiguieron ir solas. Diana y Lucía se acercaron a nosotras y nos dieron las manos. Las cuatro empezamos a dar vueltas por la pista. Empezaron a poner música. En ese momento se oía Live it up, de Jennifer López y Pitbull. Mientrás seguíamos patinando, un grupo de bailarines salieron a la pista, y empezaron a bailar. Lo hacían realmente bien. Un chico tiraba a la chica por los aires y ésta daba tres vueltas y luego caía limpiamente. Tras Live it up, empezó a sonar Play Hard, de David Guetta. Más bailarines salieron a la pista, y al ritmo de la música, realizaban acrobacias. Uno de ellos me cogió de la mano e hizo que girara y girara. No sé cuantas vueltas di. Después me soltó y llegué como un pato mareado hasta Ángel, que se estaba partiendo:
-Gracias cielo-dije enfadada de broma-.
Más tarde, otro bailarín cogió a Lucía y le hizo lo mismo que a mí, solo que ella después de tantos giros, se estaba empezando a caer. Arthur fue rápido y la cogió antes de que tocara el suelo. Sin pensarlo, al tener sus caras tan cerca, Lucía besó a Arthur. Sorprendido, el chico le apartó suavemente. Desilusionada, Lucía patinó hacia mí:
-Le he besado y me ha apartado.
-Tía, a lo mejor pensaba que era demasiado pronto.
-¿Pronto? ¡Pero si nos conocemos desde agosto! ¡Hace ya dos meses!
-Dos meses no es lo suficiente para conocerme-intervino Arthur, sorprendiéndonos-. No te he correspondido el beso porque quería que nos conociéramos mejor como amigos, y que superaras tu ruptura con Pablo.
-Pero...
A Lucía no le dio tiempo de terminar su frase. Las luces de la pista se apagaron. La gente, asustada, no sabía donde ir. Estábamos en total oscuridad.
De repente, se escuchó un disparo y un grito. Sentí cómo Lucía, que estaba de mi mano, sudaba y temblaba, hasta que sentí que tiraban de ella. Lucía gritaba y se agarraba a mí. Yo tiraba de Lucía, pero me caí al suelo y perdí su mano. Mientras me frotaba el culo, oí un puñetazo, un grito ahogado, y un objeto caer a la superficie de hielo.
Se volvieron a encender las luces. Vi a un hombre con un portamontañas negro en el suelo, inconsciente. A Lucía en brazos de Arthur y a un montón de guardias tranquilizando a las personas. Arthur, esta vez, besó a Lucía. Lucía le correspondió el beso. Uno de los guardias se acercó a nosotros y le explicó en francés a Arthur que había sido un atraco, que habían robado dinero de la caja principal. El guardia vio al hombre con el portamontañas en el suelo y se lo llevó de allí a rastras. ¿Pero qué pasaría ahora? Arthur le había salvado la vida a Lucía tras haber pegado a aquel hombre y después le había besado, a pesar de haber ducho poco antes que prefería conocerla mejor antes que nada. ¿Eran pareja o no?















domingo, 28 de julio de 2013

Capítulo 24: De vuelta a casa (la mente mágica)


Narra Ángel
El ataúd seguía brillando, cada vez más. Llegó un momento que tuvimos que cerrar los ojos para no quedarnos ciegos. Por fin, el brillo se apagó. Nos frotamos los ojos. El ataúd estaba normal y corriente. Me puse a llorar. Mi rayo de esperanza se había apagado. Justo cuando me iba a ir de la habitación con mis amigos, se escucharon unos golpes. Como si llamaran a la puerta. Abrí y no había nadie. Hice amago de largarme de allí para llorar solo, pero el mago Nicolás me lo impedió. Los golpes se seguían escuchando, cada vez más fuertes. ¿Qué era? Parecía que golpeaban en madera. La puerta no era. Eché un vistazo a la habitación. Mis ojos se pararon en el ataúd de Paula. La tapa se movía. Otro rayo de esperanza se encendió en mi interior. Pero era imposible. Los golpes seguían. El mago Nicolás y mis amigos también estaban fijos en la tapa del ataúd:
-Se acabó. La tapa se mueve y se oyen golpes. Voy a abrir el ataúd.
Me acerqué al ataúd a pequeños pasos. Cuando estaba a un metro, inspiré y expiré profundamente. Los golpes cada vez se escuchaban más fuertes e insistentes. Di los dos últimos pasos que me separaban del ataúd de Paula, desde donde venían los golpes. Con miedo, abrí la tapa poco a poco. Los golpes cesaron. Abrí y....:
-¡¡¡¡PAULAAA!!!! ¡¡¡¡ESTÁS VIVAA!!!
Paula estaba sudando, respirando agitadamente, y con su color de piel normal. Enseguida la saqué del ataúd y le di un gran abrazo. Ella me correspondió, los dos llorando. No era posible. ¿Cómo? ¡Qué más daba! ¡Estaba viva después de haber estado muerta dos meses! Lucía, Diana y Miriam se acercaron llorando de alegría a Paula. Las cuatro se fundieron en un gran abrazo. Que emoción. Arthur, Mario y Tomás también se acercaron y se unieron al abrazo de las chicas. Yo me uní a ellos. Llorando, medio riendo, nos apretábamos con fuerza. Estuvimos así quince minutos, hasta que poco a poco, nos íbamos separando. Solo quedábamos en el abrazo Paula y yo. Sin pensármelo la besé, la besé con locura. Mi princesita estaba viva de nuevo. Ella me correspondió el beso, con ansia, después de tanto tiempo. Hasta el mago Nicolás lloraba.
Tras abrazarnos y besarnos, decirnos te quieros y te amos durante una hora, asimilamos alegres que Paula estaba viva, que no era un sueño. Nos sentamos en el sofá de esa misma habitación. Paula no enntendía qué había pasado. Le expliqué cómo había muerto, hacía ya dos meses. Y cómo el ataúd había brillado y había resucitado. Paula lloró y nos contó desde su versión que había sentido algo caer en su boca, y fue al cerrar el ataúd cuando se despertó. Empezó a golpear la tapa, pero nadie respondió hasta quince minutos después. Y menos mal que abrieron, dijo, porque se estaba quedando sin aire. Tras haber explicado todo, le llegó el turno al mago Nicolás:
-Dices que sentiste algo caer en tu boca... ¿Recuerdas el tacto?
-Sí-respondió Paula, aún llorando de alegría-. Era algo húmedo.
-Ángel, ¿tu sabes que le pudo caer?-me preguntó el mago Nicolás-.
-Sí-dije, tras haberlo pensado bien, respondí-. Una lágrima. Le cayó una de mis lágrimas cuando estaba llorando.
-¿Una lágrima?-preguntó Lucía-. ¿Y cómo pudo ayudar eso?-añadió-.
-Yo creo que sé explicarlo-dijo el mago Nicolás-. Paula sobrevivió gracias a esa lágrima porque no era una lágrima normal. Ángel, si bien estás seguro de que esa lágrima era tuya, tengo la explicación de la resucitación de Paula. Esa lágrima era una lágrima de amor verdadero, un amor que no se apagaría jamás. Ángel te salvó Paula. Él está locamente enamorado de ti, y por mucho tiempo que pasara, nunca dejaría de estarlo, por eso te salvó su lágrima. Porque por muchas pivones que conozca, siempre te querría a ti y nunca te olvidaría. Esa lágrima de amor verdadero te salvó.
-Ángel-dijo Paula llorando-. Te amo.
-Yo más.
Y nos fundimos en un beso, un beso de amor verdadero, a pesar de tener sólo 16 y 15 años, era amor verdadero:
-Por fin he vuelto a casa-dijo Paula sonriendo-.
















sábado, 27 de julio de 2013

Capítulo 23: La lágrima (la mente mágica)


Narra Ángel
Tuve que soportar lo de contarles a todos cómo había muerto Paula. En cuanto terminé, volví a llorar. Por qué Paula. Los siguientes días, fueron los peores de mi vida. Además, tenía el cuerpo de Paula almacenado en un ataúd conservador que el mago Nicolás había hecho aparecer de la nada, para poder devolver el cuerpo a su familia. Putos zombies. Para colmo, al día siguiente era mi cumpleaños, un cumpleaños que había planeado con Paula, el cumpleaños perfecto. Lloré otra vez. Las chicas estaban depresivas, sobre todo Lucía, ya que compartía habitación con Paula y allí estaban todas sus cosas. Pobre Paula. No había pasado ni 12 horas en la ciudad que siempre había deseado visitar. Otra vez a llorar.
Pasaron ya tres semanas desde que Paula se murió. Último día de septiembre. Ya habríamos hecho tres meses y medio. Ya no tenía ganas de vivir. Putos zombies, me repetía siempre. El mago Nicolás no podía impedir que sufriera. Yo era consciente de que le estaba regalando un montón de poder a Jane. Que le den. Puta bruja de mierda.
Cuatro semanas. Las peores cuatro semanas de mi vida. A veces abría el ataúd de Paula, y recordaba el último beso que nos habíamos dado. De saber que era el ultimo...
Cinco semanas. Mitad de octubre. Ya un mes y una semana sin mi Paula. Saber que nunca volvería. Mi vida era una mierda. Los demás no podían hacer nada para animarme, ni una tarde de videojuegos me animaba. El mago Nicolás quería que enterráramos el cuerpo allí, en París, pero yo me negaba. Tenía que entregárselo a su familia.
Seis semanas. Último día de octubre. Se acabó. No podía más. ¿Por qué? Paula, Paula... Esa noche había dormido muy mal. Escuchaba a Paula gritar, cuando caía. Gritaba mi nombre, gritaba que le salvara. Pero era imposible. La pesadilla se acababa con la destrozadora imagen de Paula chocando contra el suelo. Esas seis semanas llevaba teniendo la misma pesadilla todas las noches.
Siete semanas. Casi dos meses sin Paula y aún no había asimilado su muerte. Era el día del cambio de ataúd. Mis amigos también vinieron. Sacamos a Paula del ataúd. Dios, aún muerta era guapa. Empecé a llorar. Mi dieciséis cumpleaños había sido ya hacía dos meses, y había sido sin ella. El cuerpo de Paula reposaba en mi cama. Cambiamos el ataúd. Me dejaron sólo para meter el cuerpo de Paula. La posé en el fondo del ataúd. Antes de llorar, le dije mil te quieros, los te amos que no me dio tiempo de decirle. Estaba llorando, como siempre que veía su cuerpo lacio, muerto. Con el tiempo que había pasado, Paula ya tenía la piel pálida. No estaba en los huesos gracias al ataúd conservador. Tenía la boca entreabierta. Una de mis lágrimas cayó en su boca, pero yo no me di cuenta, además, que importaba, estaba muerta. Cerré el ataúd, y lo moví hasta la esquina reservada para él de la habitación. Justo cuando iba a salir de la habitación, algo brillaba potentemente. Me giré y vi que era el ataúd. Seguía brillando cada vez con más fuerza. Llamé al mago Nicolás, y a mis amigos para que lo vieran. ¿Pero qué estaba pasando? No sé por qué, pero un rayo de esperanza se iluminó en mi interior.

Capítulo 22: Tú otra vez (la mente mágica)



Nos quedamos una hora y media hablando por telefóno, entre risas, tonteos e insultos de broma. Por fin, colgamos, tras haber decidido ir a cenar por ahí.
Nos arreglamos y salimos de nuestras habitaciones. Los chicos llevaban vaqueros y blusas, y las chicas vestidos, tacones y accesorios de todo tipo. También nos habíamos hecho la base, la raya, el rímel y pintalabios. Le di la mano a Ángel, Diana a Tomás y Miriam a Mario. Lucía y Arthur se quedaron cortados, en medio del grupito de las parejitas. Seguimos caminando por el pasillo, hasta llegar a la puerta de la habitación del mago Nicolás. Llamé, y el mago Nicolás gritó desde la ducha que nos podíamos ir, y que para volver, que le llamáramos. Eran las ocho de la noche. Antes de cenar, podríamos ir a dar un paseo por el centro.
Salimos del hotel, yo cogida de la mano de Ángel. La calle estaba totalmente abarrotada. Algunas personas nos decían “hola” en francés. Nosotros les correspondíamos. Empezamos a caminar calle arriba, dirección la Torre Eiffel. Arthur, nacido en París, nos explicaba la razón de cada monumento, como Notre Dame, El Arco del Triunfo, Sacré-Coeur... Así seguimos hasta las diez de la noche. A las chicas nos dolían los pies de tanto andar con tacones, así que con hambre y hartos de andar, entramos en el restaurante italiano de enfrente de la Torre Eiffel. Nos sentamos en una mesa de ocho. Pedimos lo que deseábamos. Yo espaguettis carbonara. Nos trajeron la comida, y en cuanto dejó de quemar, empezamos a comer. Que delicia, pensé. Estaba sentada entre Ángel y Lucía. Enfrente mía estaba Miriam. Al lado de Lucía estaba Arthur, y enfrente, Tomás. Al lado de Tomás, estaba Diana, a su lado Miriam, y enfrente de Ángel, Mario.
Tardamos una hora en cenar. Pedimos la cuenta y salimos del restaurante. Eran las once de la noche. Yo quería visitar la Torre Eiffel pero los demás estaban cansados y querían volver al hotel. Al ver mi insistencia, Ángel decidió acompañarme. Nos despedimos de los demás y empezamos a caminar hasta la entrada de la Torre Eiffel. Pagamos los tickets y nos metimos en el ascensor. Yo quería subir a la planta más alta directamente, así que pulsé el número 12. El ascensor subió y gracias a que estaba hecho de cristal, podíamos ver la ciudad mientras subíamos. Era preciosa, llena de luces. Desde allí se podía ver El Arco del Triunfo, que antes habíamos visitado.
Por fin, llegamos a la planta 12. Enseguida, me dirigí corriendo al balcón. No había nadie más, sólo Ángel y yo. Por fin, solos. Ángel se acercó a mí y me preguntó:
-¿Sabes que te quiero?
-¿Sabes que yo también?-fue mi respuesta-.
Ángel se inlinó sobre mí y nos fundimos en un apasionado y largo beso. Tras estar así un minuto, nos separamos. Ángel me sonrió y me pasó el brazo por los hombros. Hacían ya tres meses que estábamos juntos y aún no me lo creía. ¿Cómo tenía tanta suerte? El nuestro era un amor correspondido. Mientras observábamos la ciudad desde el balcón, escuchamos pasos detrás de nosotros. Nos giramos y... no era posible. ¿Cómo podían estar allí arruinándonos la noche? Empezaron a repetir la misma frase, la misma que repetían el día que me atraparon y un zombie se hizo pasar por Ángel, hace ya dos meses y medio :
-A matar a los elegidos, a matar a los elegidos-repetían Rosa y Celestia-.
Ángel y yo estábamos atrapados, arrinconados. Justo detrás nuestra, estaba el balcón. Me concentré en el cuerpo de Rosa, para lanzarlo por el balcón, pero por más que me concentraba, no funcionaba. Ángel intentó poseer a Celestia con su alma, pero tampoco funcionaba. Cada vez estaban más cerca. Sin pensarlo, Ángel se lanzó hacia Celestia. Ésta le empujó, y Ángel chocó contra la puerta del ascensor. Mientras Celestia luchaba con Lucía, Rosa se acercaba a mí. Intenté empujarla, pero no sirvió para nada. Enseñando sus dientes, me levantó del suelo. Empecé a gritar con todas mis fuerzas. Ángel me vio e intentó venir a salvarme, pero ya era demasiado tarde. Rosa me lanzó al vacío.
Mientras caía, lloraba. En ese momento no quería morir, no como hacía un mes, que me culpaba de la muerte de Fran. Cuando ese día caía, Fran seguía allí, pero ahora ya se había ido al cielo. Mientras caía, se me ocurrió la idea de llamar al mago Nicolás, pero ya era demasiado tarde. Lo último que oí fue el grito de Ángel, y choqué contra el suelo.

Narra Ángel

Vi a Paula chocar contra el suelo. Mi Paula. Cogí a Rosa del cuello y a ella tambié la lanzé, sólo que le salieron alas negras y se fue volando, acompañada por Celestia. Bajé por el ascensor. Por dios, que fuera más rápido. Llegué abajo. Ya había gente alrededor del cuerpo de Paula. Empujé a todos y llamé al mago Nicolás. Llorando, le pedí que la reviviera. La gente con energía negativa pensarían que estaba loco. El mago Nicolás se arrodilló junto a Paula. Tras cinco minutos, me anunció que ya era demasiado tarde. Paula había muerto. Empecé a llorar con todas mis fuerzas. Paula no podía morir. Entonces aparecieron los demás. Al ver a Paula, Lucía, Diana y Miriam empezaron a llorar. La policía llegó e hizo amago de llevarse el cuerpo, pero les supliqué que no lo hicieran, que tenía que llevárselo a su familia pasase lo que pasase. Cogí el cuerpo de muñeca rota de Paula y toqué al mago Nicolás, como todos. Aparecimos en el hotel y posé el cuerpo de Paula en la cama. Me arrodillé y empecé a llorar y a llorar. ¿Por qué a ella? ¿Por qué no me lanzaron a mí? Me quedé allí llorando, acompañado por mis amigos.


















Capítulo 21. El viaje (la mente mágica)


Al día siguiente, las chicas bajamos las primeras. Mientras terminábamos las tostadas, los chicos bajaron, frotándose los ojos. Arthur y Ángel venían sin camiseta. La verdad es que ellos dos eran los que estaban más buenos. Lucía se atragantó al ver las tabletas de Arthur. Puso la excusa de que había tragado por el otro lado, pero Diana, Miriam y yo sabíamos que no era por eso. Ángel me dio un pequeño beso y se sentó a mi lado. Empezó a comerse su tostada, lo mismo que hicieron Mario, Tomás y Arthur. Al terminar de desayunar, nos fuimos al sofá, a ver las noticias matinales. Anunciaban un secuestro y un suicidio en el mismo barrio. Tras algunas imágenes destrozadoras, el mago Nicolás apareció de repente. Tras algunos grititos del susto, el mago Nicolás empezó a hablar:
-Tengo algo que anunciaros.
-Dinos-dije-.
-Nos vamos.
-¿Qué?-preguntó Arthur-. Si llegué ayer-añadió-.
-Sí y lo siento. Pero la bruja Jane ya sabe donde estamos y quién es el nuevo elegido. Ya ha secuestrado a tu familia Arthur.
-¡Mi familia! ¡Ma famille, ma famille!-empezó a gritar en francés-.
-¡No sufras!-le indicó Lucía-. Si no, le darás poder a Jane
-De acuerdo, d'accord, tranquilise toi Arthur.
Seguía balbuceando en francés y no entendíamos nada, excepto yo, que entendía alguna que otra palabra al haber dado francés durante dos años. Mientras Arthur andaba de una lado para otro del salón nervioso, el mago Nicolás seguía hablando:
-Nos vamos a Francia, a la ciudad de París.
-¿Quééé?-exclamamos todos-.
-Lo que oís. Y nos vamos ya. En media hora estoy aquí para llevaros al hotel que he reservado. Preparad todo lo necesario para el resto del año, que pasaremos allí.
Tras haber asimilado la gran noticia, empezamos a hacer las maletas. Todos los que pasábamos por al lado de Arthur, le dábamos palmaditas en la espalda, animándole, pero sólo Lucía se quedó explicándole que todas las familias de los elegidos estaban encerradas. Eso no pareció animar mucho a Arthur, así que Lucía se alejó de él y siguió preparando su maleta desilusionada.
Tras media hora de preparativos, estábamos listos. Llevábamos toda la ropa de nuestros armarios y todos nuestros objetos personales. El mago Nicolás apareció allí y nos indicó que le tocáramos. Al hacerlo, empezamos a girar y a girar, hasta que tocamos suelo. Estábamos en una abarrotada calle de París. Sólo las personas de energía positiva podrían ver al mago Nicolás, y no les parecía extraño, ya que seguramente le conocerían.
   En frente nuestra, estaba la entrada de un hotel de cinco estrellas, llamado Le Palace. Arthur dijo que ya había estado en ese hotel una vez y que era verdaderamente impresionante. El mago Nicolás nos indicó que ese hotel sólo lo podían ver las personas con energía positiva, que para las de energía negativa era un simple almacén abandonado. Seguimos al mago Nicolás al interior del hotel. La recepción era acogedora y hogareña. Con sólo las luces que hacían falta colgadas del techo, varios sillones alrededor de una gran mesa redonda, donde había varios Mac. El suelo era una gran alfombra roja, con los bordes de oro. La recepción ocupaba un lado entero de la sala. Varios recepcionistas atendían largas colas de personas con sus maletas. Cada recepcionista tenía un ordenador a su disposición.
El mago Nicolás se dirigió a la cola más pequeña. Nos dijo que todos los clientes eran magos o brujas o adolescentes con energía positiva. Incluidos todos los trabajadores, que ya eran todos oficialmente magos y brujas con todos los poderes.
Tras quince minutos de espera, llegó nuestro turno. Una mujer rellenita y amable nos atendía. Tenía orejas puntiagudas. Que extraño, pensé. Mientras el mago Nicolás hacía los papeles y reservaba las habitaciones, nosotros estábamos sentados en los sillones, cada uno con un Mac en frente. En media hora, los papeles estaban listos. Como mago Nicolás que era, un hombre con chaleco rojo y blusa blanca debajo, se ocupó de llevar todas las maletas, flotando, claro. Por el camino, el mago Nicolás nos explicaba la disposición de las habitaciones. El mago Nicolás no quiso poner las parejas juntas, para prevenir. Yo iba con Lucía, Miriam y Diana, Ángel y Arthur y Tomás y Mario.
Subimos a la planta cincuenta. Teníamos las habitaciones 1235-1236-1237-1238-1239, ya que el mago Nicolás tenía una para él sólo. Nos quedaríamos en ese hotel el resto del año, es decir, cuatro meses. Cada habitación, era una especie de apartamento, con salón, sofás, teles enormes, dos cuartos de baño con bañera, váter y ducha, terraza, habitación...
Lucía y yo entramos a nuestra habitación, la 1237. Ángel y Arthur tenían la 1238, Mario y Tomás la 1236 y Diana y Miriam la 1235.
Lucía y yo nos quedamos boquiabiertas. Nuestra habitación era casi como una casa normal y corriente. Nuestro salón, que era lo primero que se veía, era tan grande como el de la casa de Miriam. Teníamos una tele HD 3D, de 35 pulgadas, de color blanco. El sofá era de cuatro plazas, color beish. Estaba en frente de la tele. Entre la tele y el sofá, había una mesa de madera caoba, con un frutero y el mando de la tele encima. Debajo de la mesa, había una alfombra redonda de pelos beish. Justo detrás del sofá, había un pequeño muro, igual de alto que el sofá, que separaba el salón de la cocina. Ésta era bastante moderna, acompañada de lavabajillas, microondas, horno, tostadora, sartenes, ollas, lavabo, platos, vasos, un montón de armarios y cajones... La encimera era de granito, y los armarios y cajones de madera. Justo en el centro de la cocina, había una mesa, acompañada de cuatro sillas. La mesa y las sillas también eran de madera caoba.
A continuación, nos dirigimos a una puerta que había en el lado izquierdo de la sala. La abrimos. ¡Era un gimnasio! No nos lo creíamos. Había dos bicicletas de spinning, dos cintas, pelotas enormes, colchonetas para hacer yoga... Total, un gimnasio. Lucía se subió a la cinta y la puso en marcha:
-¡Qué guay!-gritó-. ¡Siempre he querido usar una!
La puso cada vez más rápido, hasta que llego un momento que se puso a correr. Contenta, soltó las manos de las barreras que había para agarrarse. Resultado: perdió el equilibrio y se cayó de culo. Me reí. Ella se levantó frotándose los glúteos, y me llamó guarra de broma. Yo me acerqué y le di dos besos en las mejillas. Tras ese accidente, seguía la exploración de nuestra nueva casa.
Salimos del gimnasio, y nos dirigimos a la puerta que había en la pared norte. Guau. Era nuestra habitación. Había dos camas individuales. Cada una tenía al lado una mesita de noche, con una lámpara. Otra mesita de noche con un teléfono separaba las dos camas. Lucía se acercó al teléfono, donde había una nota escrita a ordenador que indicaba como usarlo. Leyó en voz alta:
-Primero, marcar el número de la habitación. Después, pulsar la tecla verde. Si quiere llamar a servicio de habitaciones, pulsar el siguiente número: 676. Si quiere llamar a recepción, pulsar el siguiente número: 767. Guarde esta nota para su seguridad-terminó-.
Lucía sonrió maliciosa, y después de guardar la nota en el cajón de su mesita de noche, descolgó el teléfono. Marcó el número de la habitación de Ángel y Arthur, la 1238. Puso el altavoz y tras tres bips, respondió la voz de Ángel:
-¿Sí?
-Hola tonto-dije cariñosa-. Hola idiota-añadió Lucía-.
-Hola guarras-dijo riéndose Ángel-. Espera, que pongo también el altavoz y llamo a Arthur-añadió-.
Lucía se puso nerviosa. Siempre lo hacía cuando sabía que iba a hablar con Arthur:
-¡Hola!-saludó Arthur-.
-¡Hola!-respondimos nosotras-. ¡Espera! ¡Se puede hacer una llamada con cuatro habitaciones en total! ¡Llamemos también a la habitación de Tomás y Mario y de Diana y Miriam!-añadió ilusionada Lucía-.
Marcó los números 1235 y 1236. Tras tres bips, respondieron Diana y Tomás al unísono:
-¿Sí?
-Hola tontis-dije-. Somos Ángel, Arthur, Lucía y yo. Podemos hacer una llamada combinada-añadí sonriendo-.





viernes, 26 de julio de 2013

Capítulo 20: El nuevo elegido. (la mente mágica)


Al ver al nuevo elegido, a Lucía se le caían las babas. No le conocía, pero ya se estaba imaginando una relación con él. Diana, Miriam y yo también nos habíamos quedado boquiabiertas. El chico tenía ojos marrones verdosos, el pelo castaño oscuro de punta, los brazos fuertes y musculados, y además, llevaba una camiseta negra de mangas cortas que hacía que se le notaran las tabletas. También llevaba un pendiente en cada oreja.
Ángel, Mario y Tomás, estaban bastante serios, al ver las caras que se nos habían quedado a mí y a mis amigas:
-Bueno, chicas y chicos, este es Arthur. Es francés, de madre española, así que sabe hablar español perfectamente. Te hago las presentaciones Arthur. Ésta es Paula. Tiene el poder de mover objetos y personas con la mente.
-Encantada-dije-.
Se acercó a mí y me dió dos besos en las mejillas. Que labios más carnosos, pensé. ¡Pero qué estoy diciendo! ¡Mi novio es Ángel y nadie más!:
-Éste es Ángel, el novio de Paula. Tiene el poder de poseer las personas con su alma.
Ángel se acercó a Arthur y le estrechó la mano. Me dio la impresión de que Ángel apretaba más de la cuenta:
-Ésta es Miriam. Tiene el poder de correr a la velocidad de la luz.
Miriam se acercó a saltitos y como yo, le dio a Arthur dos besos en las mejillas. Mario la miró seriamente:
-Éste es Mario, el novio de Miriam. Tiene el poder de crear un escudo para protegerse a él o a más personas.
Mario se acercó a él, y le estrechó la mano, también más fuerte de lo necesario:
-Ésta es Diana. Tiene el poder de la invisibilidad.
-Encantada-dijo Diana, dándole dos besos en las mejillas-.
-Éste es Tomás, el novio de Diana. Tiene el poder de controlar los elementos de la naturaleza.
Tomás le estrechó la mano sonriendo. Menos mal, haber si Arthur ya se iba a pensar que todos los chicos le odiaban por ser guapo:
-Y ésta es Lucía. Tiene el poder de escuchar a mucha distancia.
Arthur se acercó a Lucía, y le dio dos besos en las mejillas. Lucía se sonrojó y le sonrió.
Miré a Lucía, y ella me sonrió:
-Bueno, yo soy Arthur Luca, y tengo el poder de traspasar las paredes.
-¿Ah, sí?-preguntó Lucía, como si no lo supiera-.
Arthur se fue con Lucía, hablando de sus vidas tranquilamente. Entonces, el mago Nicolás se acercó a mí y me dijo:
-Señorita Paula.
-¿Sí?-pregunté-.
-Quería decirle que ahora que Arthur es un elegido, corre el riesgo de que secuestren a su familia. Pero no quiero que le digáis nada. Si la secuestran, entonces ya se lo diré e intentaré que no sufra.
-Está bien.
-También se quedará a vivir aquí. Ya he avisado a sus padres.
-De acuerdo.
-Voy a buscar sus maletas. Haced que se sienta como en casa.
-Eso está hecho. Hasta luego.
-Hasta luego.
El mago Nicolás desapareció con un “puf” y me dejó mirando hacia la pared. Ángel se acercó a mí, me cogió por la cintura, me hizo girarme y me besó como hacía siempre, sólo que esta vez lo había hecho por más razones:
-Oye cielo... ¿a ti no te gusta Arthur verdad? Sabes a lo que me refiero.
-¡Claro que no me gusta! Me gustas tú y nadie más.
-Bien. Voy a disculparme con él por el estrechón de manos de antes.
Ángel se fue, después de abrazarme, y vi que se acercaba a Arthur, interrumpiendo la conversación entre el joven y Lucía. La chica se acercó a mí, un poco enfadada por haberse hecho interrumpir:
-Con que coladita por Arthur ¿no?-dije riéndome-.
-¡No! Bueno, es que lo acabo de conocer, ¡no seas tonta!
-Vamos Lucía. Si está reemplazando a Pablo, muy bien puede reemplazarlo en todo lo que Pablo ocupaba.
-Eh... Vale, me gusta. Sus ojazos, su pelo... ¡hasta sus pendientes!
-¡Ja! Lo sabía. Pero antes una cosa.
Y le conté lo que me había dicho el mago Nicolás sobre su familia:
-Está bien, no le diré nada.
-Gracias.
Después de que Miriam le enseñara la casa a Arthur, el mago Nicolás llegó con las cosas del chico. Arthur se instaló en la habitación de los chicos, y después se encerró allí con ellos, supongo que para hablar de cosas de tíos.
Miriam se acercó a mí y a Lucía, que como todos, hablábamos de Arthur:
-¡Tía, es el chico perfecto para ti!
-No exageres. Seguro que tiene novia.
-Eso lo descubriremos en nada. Mario me ha dicho que le van a preguntar si tiene, y lo que le has parecido...
-¿Qué? Ni se os ocurra. Que seguro que va a pensar que estáis planeando algo para que salgamos juntos.
-Nena, eso llegará solo. Antes conócele mejor. Nosotros solo ayudamos un poquitín.
-Vale guarra.
-¡Guarra tú!-replicó Miriam-.
Nos dio besos en las mejillas y se fue a saltitos a la cocina, para llamar a la pizzería y pedir pizzas.
Tras una hora y media, los chicos bajaron, al oír el grito de Miriam diciendo que las pizzas habían llegado. Al bajar, Arthur le sonrió a Lucía. Ésta, ruborizada, le correspondió la sonrisa.
Terminamos de cenar, y me acerqué a Miriam, acompañada por Lucía:
-Di. ¿Qué te ha dicho Mario?
-¡Dice que no tiene novia!-susurró-. ¡Y que Lucía le ha parecido guapa, buena persona y que cuando la conociera mejor le pediría salir!
-No me lo creo, no me lo creo...-repetía Lucía-.
-Se supone que no lo sabemos, así que disimulad-dije-.
-Ok-respondieron las otras dos al unísono.
Entonces, Diana se acercó:
-Tomás me lo ha contado todo. ¡Qué suerte tía!-dijo, refiriéndose a Lucía-. ¡Arthur está buenísimo!
-No tan bueno como Ángel-bromeé-.
-Bueno, yo me voy a la cama-dijo Lucía contenta-. ¿Venís?-nos preguntó-.
-Ahora mismo-contestamos nosotras-.
Las chicas nos despedimos de todos los chicos y subimos a la habitación. Como era seguro, empezamos a hablar de Arthur y de su vida, que Miriam nos contaba, ya que Mario se lo había contado. Arthur tenía dos hermanas pequeñas y sus padres estaban separados. Vivía en un barrio cercano a este y había tenido un montón de novias. Como no, pensé. Con lo bueno que estaba. Por segunda vez ese día, me recordé que mi novio era Ángel. Ángel, no Arthur. Arthur era para Lucía. Cuando por fin dejamos de hablar, cada una volvió a su colchón, y nos dormimos al escuchar a los chicos subir las escaleras.

Arthur