Capítulo 30: Clara (la mente mágica)

-¿A Londres?-pregunté ilusionada-.

-Sí-contestó el mago Nicolás-. Vamos, tocarme la cabeza.

Nos acercamos al mago Nicolás contentos, yo la que más. Joder, vaya casualidad. A Londres. Eso significaba que iba a ir a ver a Clara. Decidí no llamarla, que fuera una sorpresa. Por lo menos tenía su dirección, sino, encontrarla en una ciudad tan grande, sería como buscar una aguja en un pajar.

Empezamos a girar, hasta que mareados, tocamos suelo. Dios. Estábamos en Londres, la ciudad de mis sueños, y una parte de ese sueño era ir a visitar el castillo de Hogwarts, de Harry Potter, con María, la chica empollona y amable de mi clase. Por desgracia, la chica era zombie. Bueno, pues iría con Clara, que era también una fan de Harry Potter y de su escritora, J.K Rowling:

-Bueno. Tenemos que caminar un poco para llegar al hotel.

Tras hacernos fotos delante del Big Ben, seguimos caminando hasta llegar a una parada de autobuses. Mucha gente esperaba, la mayoría personas que volvían de una noche de fiesta, tras celebrar la nochebuena. Me preguntaba por qué el mago Nicolás no nos había hecho aparecer directamente delante de la puerta del hotel. Que extraño. Como el banco de la parada estaba ocupado por unos jóvenes bebidos, nos tuvimos que esperar de pie a que llegara el autobús que nos llevaría al hotel.

Tras 10 minutos de espera, por fin llegó el autobús. Esperamos a que los jóvenes bebidos subieran delante nuestra y después subimos nuestras maletas y pagamos los tickets. Nos sentamos en la parte de en medio, donde había los únicos asientos libres. En la parte trasera del autobús habia una pareja liándose descaradamente. Joder, un poco de respeto. Para llegar a nuestro hotel aún quedaban veinte minutos. Puff... La parejita seguía besándose con descaro, haciendo caso omiso a los demás pasajeros. Para colmo, hasta Lucía y Arthur, para mi sorpresa, empezaron a besarse. La parejita feliz. Que risa.

Nos paramos en la última parada antes que la nuestra. Parecía que por fin la parejita descarada se iba a bajar del autobús. Vaya. La chica era más joven de lo que pensaba. El chico parece más mayor. Espera. Esa cara. Me suena. Ese pelo. Esa marca de nacimiento en la pierna. No puede ser:

-¡¡CLARA!!-grité, con lágrimas en los ojos-.

La chica aludida se giró, y al verme, se llevó la mano a la boca, empezando a llorar:

-¡¡CHICAS!! ¡¡PAULA!! ¡¡DIANA!! ¡¡LUCÍA!! ¡¡MIRIAM!!

Clara se acercó a nosotras y nos dejó sin respiración en un gran abrazo, las cinco con lágrimas en los ojos:

-¡Somos la enana, la fan de la nocilla, la gigante, la gordi y la morena!-cantamos al unísono-.

Ese era nuestro saludo amistoso. Lo habíamos inventado hacía cuatro años, al conocer a Clara, la chica inglesa y guapa nueva de la clase. Enseguida nos hicimos íntimas amigas, inventándonos unos motes para cada una. Yo era la morena, Diana la gordi, Lucía la enana, Miriam la gigante, y Clara la fan de la nocilla:

-¿Pero qué hacéis aquí?

-Pues viendo cómo te lías con tu novio.

-¡Ups! Creo que hemos sido un poco descarados. Pero ya tengo casi 16 años, casi una adulta. Jajajajaja.

-Por cierto, ¿cuántos años tiene tu novio?-preguntó Miriam-.

-Tiene 17, gigante. Me sé cuidar solita, Super Nanny.

-Fan de la nocilla, eres una pava-dijo Diana riendo-.

-Ladies, if you want to talk, that is out of the bus, please-nos dijo con educación el conductor del autobús-.

Nosotras, por supuesto, entendimos lo que nos había dicho. La frase era muy fácil, tampoco éramos unas catetas. Significaba: “Señoritas, si quieren hablar, que sea fuera del autobús, por favor”. Clara le contestó al conductor que enseguida nos bajábamos. Tras insistirle al mago Nicolás, conseguimos que nos dejara hacer una noche de chicas en la casa de Clara. Nos despedimos de Ángel, Mario, Tomás y Arthur y nos bajamos del autobús. Por el camino, Clara nos presentó a su novio, Mike. El chico era americano, pero se había mudado a Londres con dos años. También tenía energía positiva, con el poder de leer la mente, casualmente el mismo que mi madre tenía.

Caminamos 15 minutos, hasta llegar frente a un portal. Nos despedimos de Mike en inglés, y Clara sacó sus llaves para abrir el portal. Mientras entrábamos en el edificio, Clara nos explicaba que vivía en el ático y que tenía la casa para ella sola: sus padres estaban de viaje.

Nos metimos en el ascensor y Clara pulsó el botón donde estaba escrito “ático”. Tras cinco segundos de espera metidas entre esas cuatro paredes, salimos del ascensor. Clara metió la llave que correspondía a la cerradura de la puerta de su casa y la giró. Tras un crujido, la puerta se abrió. Vaya salón. El sofá y las paredes rojas, y todo lo demás o negro o blanco. A la derecha estaba la puerta de la cocina, y a la izquierda el pasillo que llevaba a las habitaciones. Clara nos invitó a sentarnos en el sofá, mientras ella iba a buscar sacos de dormir y llamaba a la pizzería para pedir. Por dios, que de pizzas estaba comiendo últimamente. Iba a acabar engordando.

Diana, Miriam, Lucía y yo nos pusimos los pijamas, mientras Clara preparaba el DVD para ver una película. Su televisión era HD, 3D, así que, con ganas de pasar miedo, Clara metió en el DVD la película de La niña del exorcista, que aunque era antigua, daba miedo. En cuanto el repartidor de pizzas llamó al timbre, Clara fue a abrir. Cogió las dos pizzas familiares que habíamos pedido y pagó al repartidor. Nos repantigamos en el sofá y abrimos las cajas de las pizzas, oliendo lo deliciosas que estaban. Clara pulsó el play y la película empezó. En las escenas de miedo pegábamos respingos, asustadas, haciendo que nos mancháramos los pijamas de los ingredientes de la pizza, ya que al pegar respingos, los trozos de pizza se movían. Algunas veces nos descojonábamos, al ver como nos tapábamos con la manta cagadas de miedo. Toda la noche fue estupenda, hasta el final de la película. Cuando nos íbamos a meter en los sacos de dormir, sobre las dos de la madrugada, escuchamos cómo alguien abría la puerta de la casa. ¿Quién demonios era a estas horas?