Narra
Ángel
El
ataúd seguía brillando, cada vez más. Llegó un momento que
tuvimos que cerrar los ojos para no quedarnos ciegos. Por fin, el
brillo se apagó. Nos frotamos los ojos. El ataúd estaba normal y
corriente. Me puse a llorar. Mi rayo de esperanza se había apagado.
Justo cuando me iba a ir de la habitación con mis amigos, se
escucharon unos golpes. Como si llamaran a la puerta. Abrí y no
había nadie. Hice amago de largarme de allí para llorar solo, pero
el mago Nicolás me lo impedió. Los golpes se seguían escuchando,
cada vez más fuertes. ¿Qué era? Parecía que golpeaban en madera.
La puerta no era. Eché un vistazo a la habitación. Mis ojos se
pararon en el ataúd de Paula. La tapa se movía. Otro rayo de
esperanza se encendió en mi interior. Pero era imposible. Los golpes
seguían. El mago Nicolás y mis amigos también estaban fijos en la
tapa del ataúd:
-Se acabó.
La tapa se mueve y se oyen golpes. Voy a abrir el ataúd.
Me
acerqué al ataúd a pequeños pasos. Cuando estaba a un metro,
inspiré y expiré profundamente. Los golpes cada vez se escuchaban
más fuertes e insistentes. Di los dos últimos pasos que me
separaban del ataúd de Paula, desde donde venían los golpes. Con
miedo, abrí la tapa poco a poco. Los golpes cesaron. Abrí y....:
-¡¡¡¡PAULAAA!!!!
¡¡¡¡ESTÁS VIVAA!!!
Paula
estaba sudando, respirando agitadamente, y con su color de piel
normal. Enseguida la saqué del ataúd y le di un gran abrazo. Ella
me correspondió, los dos llorando. No era posible. ¿Cómo? ¡Qué
más daba! ¡Estaba viva después de haber estado muerta dos meses!
Lucía, Diana y Miriam se acercaron llorando de alegría a Paula. Las
cuatro se fundieron en un gran abrazo. Que emoción. Arthur, Mario y
Tomás también se acercaron y se unieron al abrazo de las chicas. Yo
me uní a ellos. Llorando, medio riendo, nos apretábamos con fuerza.
Estuvimos así quince minutos, hasta que poco a poco, nos íbamos
separando. Solo quedábamos en el abrazo Paula y yo. Sin pensármelo
la besé, la besé con locura. Mi princesita estaba viva de nuevo.
Ella me correspondió el beso, con ansia, después de tanto tiempo.
Hasta el mago Nicolás lloraba.
Tras
abrazarnos y besarnos, decirnos te quieros y te amos durante una
hora, asimilamos alegres que Paula estaba viva, que no era un sueño.
Nos sentamos en el sofá de esa misma habitación. Paula no enntendía
qué había pasado. Le expliqué cómo había muerto, hacía ya dos
meses. Y cómo el ataúd había brillado y había resucitado. Paula
lloró y nos contó desde su versión que había sentido algo caer en
su boca, y fue al cerrar el ataúd cuando se despertó. Empezó a
golpear la tapa, pero nadie respondió hasta quince minutos después.
Y menos mal que abrieron, dijo, porque se estaba quedando sin aire.
Tras haber explicado todo, le llegó el turno al mago Nicolás:
-Dices
que sentiste algo caer en tu boca... ¿Recuerdas el tacto?
-Sí-respondió
Paula, aún llorando de alegría-. Era algo húmedo.
-Ángel,
¿tu sabes que le pudo caer?-me preguntó el mago Nicolás-.
-Sí-dije,
tras haberlo pensado bien, respondí-. Una lágrima. Le cayó una de
mis lágrimas cuando estaba llorando.
-¿Una
lágrima?-preguntó Lucía-. ¿Y cómo pudo ayudar eso?-añadió-.
-Yo creo
que sé explicarlo-dijo el mago Nicolás-. Paula sobrevivió gracias
a esa lágrima porque no era una lágrima normal. Ángel, si bien
estás seguro de que esa lágrima era tuya, tengo la explicación de
la resucitación de Paula. Esa lágrima era una lágrima de amor
verdadero, un amor que no se apagaría jamás. Ángel te salvó
Paula. Él está locamente enamorado de ti, y por mucho tiempo que
pasara, nunca dejaría de estarlo, por eso te salvó su lágrima.
Porque por muchas pivones que conozca, siempre te querría a ti y
nunca te olvidaría. Esa lágrima de amor verdadero te salvó.
-Ángel-dijo
Paula llorando-. Te amo.
-Yo más.
Y nos
fundimos en un beso, un beso de amor verdadero, a pesar de tener sólo
16 y 15 años, era amor verdadero:
-Por fin
he vuelto a casa-dijo Paula sonriendo-.
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