Pasó una hora y por fin, Fran
salió del cuarto de baño:
-¿Qué tal está?-pregunté
nerviosa-.
-Bueno... no, hombre. Está bien.
Un poco atontado, pero bien.
-¡Qué alivio!-gritó Miriam-. Me
he cagado cuando vi la sangre en su cabeza y...
-Cariño-la interrumpió Mario-.
¿Por qué no te vistes?
Entonces todos nos fijamos en
Miriam, que aún iba con la toalla enrrollada:
-¡Uy! Se me había olvidado.
¡Joder! ¡Es que me habéis estropeado el baño!¡Y cuidado con las
miraditas!-gritó enfurecida mientras se dirigía a su habitación.
-¿Fran?-dije-.
-¿Sí, Paula?
-Verás. Tengo el tobillo roto y
por eso estoy flotando. Si podrías arreglármelo...
-¡Claro! Espera.
Y como anteriormente con Pablo,
Fran se arrodilló sobre mi tobillo, empezó a tocármelo y a decir
palabras raras. Por fin, tras cinco minutos, sonó un crujido y un
pequeño alarido por mi parte, y mi tobillo estaba arreglado:
-¡Gracias, Fran!-dije mientras
dejaba de flotar-. Por cierto... aquí faltan personas. ¿Dónde
están Diana y Lucía?
-Verás cariño-me dijo Ángel-.
Baja al salón y te lo cuento todo-.
Entonces Ángel empezó a
empujarme suavemente por la espalda, mientras los demás se metían
en sus habitaciones:
-¿Qué pasa? ¿Ha pasado algo
grave?-pregunté preocupada-.
-No-dijo Ángel mientras se
sentaba en el sofá y señalaba un sitio a su lado-. Verás, te
cuento. Cuando desapareciste, llamamos al mago Nicolás, le contamos
lo sucedido, y decidió que lo mejor sería ir a ver a la dueña de
la panadería.
-¿La señora Damiro?-pregunté-.
-Exactamente-afirmó Ángel-.
Bueno, el mago Nicolás lo decidió así pensando que si sabía que
éramos los elegidos, sabría más cosas. Así que al tocarle todos
en la cabeza, aparecimos en la entrada de la panadería de la señora
Damiro. Pero entonces...
-Ay, madre mía...-le interrumpí-.
-Pero entonces-prosigió-. Vimos
que la puerta estaba girada en sus tornillos, el interior estaba
oscuro y los cristales de las ventanas rotos.
-¡NO!-dije mientras empezaba a
sollozar-.
-El mago Nicolás lo arregló todo
y después nos dijo que pensaba que había sido cosa de Jane, que
habría averiguado lo de que la señora Damiro nos había dicho que
éramos los elegidos. Y no sé que le pasó a Diana, que empezó a
llorar como loca y se fue corriendo a la sala de espejos del Centro
Comercial. Tomás quería ir tras ella, pero tropezó con.... con un
cuerpo..... el cuerpo de.... la señora Damiro-dijo Ángel tragando
saliva-.
-¡Noooo!-grité mientras
lloraba-. ¡La señora Damiro era... era la tía abuela de Diana!
Pero... se suponía... se suponía que era un secreto....
-Madre mía... Bueno... total, que
Tomás se tropezó, todos nos fijamos en el cuerpo de la señora
Damiro y el mago Nicolás la enterró. Pero sólo Mario vio que Lucía
se había ido corriendo detrás de Diana.
-¿Lucía?¿Lucía iba acompañada
de su conejito hablador?
-No. El mago Nicolás utilizó su
vista láser para ver si estaban bien, pero con los cristales
rebotaba y abandonó esa idea. Nos quedamos una hora esperando a que
Diana y Lucía salieran, pero no había resultado. Tomás estaba como
loco por querer salir a buscar a su novia, pero el mago Nicolás lo
ató con una cuerda porque no estaba decidido a perder a más
elegidos. Así que volvimos a casa. Miriam empezó a llorar y subió
a bañarse. Y entonces llegasteis Pablo y tú.
-Ángel, yo, yo... ¡Esto es
horrible! ¡Hay que salvar a Diana y a Lucía! ¡Por favor!-gritaba
mientras lloraba con fuerza-.
Ángel me acurrucó entre sus
brazos, colocando mi cabeza en su pecho y me dijo:
-El mago Nicolás es más fuerte.
En este momento las está buscando. Pero tú tienes que dormir.
-No, hay que salvarlas... la
señora Damiro...
-Tranquila. Duérmete. Cuando
despiertes, Diana y Lucía estarán aquí.
Al oír las palabras
tranquilizadoras de Ángel, mis párpados ganaron y empecé a
relajarme y tras unos cinco minutos, a dormirme.
Mientras
tanto, en la sala de los espejos del Centro Comercial
-¡Diana, Diana! ¡Espera!-gritaba
Lucía-.
Lucía estaba en la sala de los
espejos, corriendo desesperada tras los pasos de Diana, que había
huido llorando tras oír que el mago Nicolás decía que la señora
Damiro estaba muerta. Cuando Diana empezó a correr, oyó a alguien
caerse al suelo, y al girarse, vio el cuerpo de su tía abuela Sara
Damiro, la tía de su madre, y fue cuando empezó a llorar más
desesperadamente y a correr más rápido. Se metió en la sala de
espejos escapando de Lucía, que la seguía. Ahora, Lucía estaba
cada vez más lejos y Diana corría chocándose cada dos por tres con
los limpios espejos, confundiéndolos con una salida. Diana se había
dirigido hacia allí para escaparse de Lucía, porque había oído
que esa sala de espejos era enorme, y era muy díficil de salir de
allí, y sobre todo, de encontrar a una persona.
Por fin, Diana decidió pararse
a coger aire, doblándose por la cintura. Entonces, se sentó apoyada
en un espejo como otro cualquiera, pensando que tenía mucha ventaja
sobre Lucía y que ésta nunca la encontraría, aunque Diana tenía
el poder de la invisibilidad y podría volverse invisible cuando
Lucía llegara. Mientras descansaba, pensaba en su pobre tía abuela,
la que le había dicho a Paula que eran los elegidos. Cuando en el
autobús Diana se enteró de quién lo había dicho, se sentía muy
orgullosa de su tía abuela, aunque no podía decirle a nadie que
tenía parentesco con ella. Sólo y exclusivamente, Paula lo sabía,
ya que un día vio a Diana dar un abrazo a la señora Damiro y
llamándole tita. Por lo tanto, Diana le tuvo que contar el secreto.
¿Y por qué tenía que ser un
secreto? Pues porque sólo Diana y la señora Damiro sabían que
tenían parentesco. Los padres de la chica no sabía nada, y Diana no
se lo contó, porque éstos eran muy pijos y no les gustaba la gente
que trabajaba en sitios humildes, como la señora Damiro. Ya sé que
la madre de Diana debería de saber que la señora Damiro era su tía,
pero desde la muerte del padre de la madre de Diana, ésta no supo
nada de su tía Sara García. Ahora se llamaba Sara Damiro porque se
cambió al apellido de viuda, tras la muerte de su marido.
Mientras Diana pensaba, cada
vez tenía más hambre, más sueño y más sed. No tenía hora, así
que no sabía cuánto tiempo llevaba allí, pero suponía que unas
tres horas por ahí. Tampoco llevaba el móvil, porque se lo había
dejado en casa de Miriam pensando que no lo necesitaría para una
simple visita a la panadería de la señora Damiro, así que no podía
llamar por teléfono, ni tenía intención de hacerlo.
Pasó un rato y Diana seguía
sin oír a Lucía, así que decidió echarse una siesta. Como dentro
de la sala de espejos había poca luz y por supuesto no había
ventanas, Diana no sabía que hora era aproximadamente, ni si ya era
noche cerrada. Supusía que cuando cerraran el Centro Comercial,
apagarían las luces de la sala de espejos, y el Centro Comercial
cerraba a las ocho de la tarde, así que por lo menos en ese momento
sabría la hora. Sin embargo, Diana no podía dormir. Ahora deseaba
que Lucía la encontrara, y no estar sola y volver a casa. Así que
Diana se puso de pie y empezó a gritar el nombre de su amiga. Ésta
le contestó, escuchándola gracias a su poder. Parecía que estaba
cerca, pero como el sonido viajaba fácilmente chocando con los
cristales, Lucía podría estar en la otra punta de la sala. Justo
cuando Diana comenzaba a caminar, algo le agarró el pie:
-¡¡SOCORRO!!-gritó mientras
intentaba escabullirse de una mano pringosa, con piel muerta y
viscosa que salía del espejo donde había estado apoyada y que le
agarraba el tobillo-. ¡¡Lucíaaa!!¡¡Ven rápidooo!!
Diana seguía sin entender como
una mano podía salir del espejo, pero por el aspecto de ésta, ya se
temía de quién podía ser la mano:
-¡¡Voooyyy!!-escuchó gritar a
su amiga-.
Mientras Lucía corría, guiada
por la voz de su amiga, la mano tiraba cada vez con más fuerza del
tobillo de Diana, hasta que consiguió que la chica cayera al suelo,
haciendo vibrar todos los cristales. La mano seguía tirando más y
más fuerte cada vez, haciendo que el cuerpo de Diana se introdujera
cada vez más en el espejo:
-¡¡Lucíaaa!!¡¡Date prisa por
favoooor!!
-¡¡Voyy!!¡¡Voyy!!
Cuando Lucía estaba a punto de
llegar hasta Diana, la mano consiguió meter el cuerpo de Diana
totalmente en el espejo. Para cuando Lucía llegó, sólo pudo ver un
mechón de pelo de su amiga. Lucía intentó atravesar el espejo,
pero este estaba duro e intransitable, como un espejo normal y
corriente:
-¡Tranquila Diana! ¡Te
salvaremos!-prometió Lucía al borde del llanto-.
De repente, gracias a su poder,
Lucía escuchó unos pasos fuera de la sala de espejos. Escuchó que
la persona que los producía arrastraba los pies. Durante la semana
que había pasado con el mago Nicolás y sus amigos, había
memorizado la forma de andar de todos ellos, así que sabía
perfectamente que quién estaba fuera era el mago Nicolás. Así que
Lucía, guiada por los pasos del mago, siguió caminando entre el
pasadizo de espejos, hasta llegar a la salida de la sala.
Volviendo
a la casa de Miriam
Estaba abriendo los ojos poco a
poco, y fue cuando me acordé de que me habia quedado dormida en
brazos de Ángel. El pobre debía de tener hormigas en los brazos. Me
fui incorporando y vi que en el salón no había nadie excepto yo y
Ángel, que también se había quedado dormido. Me froté los ojos, y
me fui sentando en el borde de sofá que no estaba ocupado por el
cuerpo de Ángel, intentando no hacer ruido para no despertarlo.
Empecé a caminar hacia la cocina. Llevaba cuatro días sin comer, y
tenía un hambre voraz.
Mientras miraba en el
frigorífico si había algo para picar, empecé a escuchar varias
voces murmurando. Por el tono que utilizaban, debían de estar
asustadas y preocupadas. Cogí un yogurt, y mientras lo abría,
caminaba hasta la entrada de la casa, desde donde provenían las
voces. Por el camino me cogía el cajón del armarito de la entrada
de la casa de Miriam, donde estaban los cubiertos. Cogí una cuchara
y empecé a lo que se dice devorar mi yogurt. Al llegar a la puerta,
pegué mi oído a ella para oír lo que decían sin que me pillaran,
ya que no quería interrumpir la conversación:
-Y una mano cogió a Diana...
-Mago Nicolás, hay que salvarla,
por favor...-murmuró la voz de Mario-.
-Chico, no sé si vamos a poder a
tiempo. Pero sé de alguien que a lo mejor sabe lo que hace la bruja
Jane con los elegidos que atrapa. Salga señorita Paula.
Así que me había pillado.
Normal. El mago Nicolás tenía también el poder de ver a través de
las paredes. Abrí la puerta y con la mirada avergonzada, oculté mi
yogurt tras la espalda, siendo inútil, ya que el mago Nicolás me
descubrió y me dijo:
-Señorita Paula, puede sacar su
yogurt y terminárselo. Tendrá mucha hambre.
-Gracias
mago Nicolás.
Saqué el yogurt de detrás de
mi espalda y me lo terminé. Entré un segundo en la casa y tiré el
cartón de yogurt a la basura. Seguía teniendo hambre, pero por
ahora tocaba enterarme de qué había ocurrido con Diana y Lucía.
Volví a donde estaban los
demás, que esperaban a que llegara para seguir hablando de lo
sucedido. Lo primero que hice fue saludar a Lucía:
-¡Hola, Lucía!-grité corriendo
a abrazar a la muchacha-. ¿Qué ha pasado? Cuenta, cuenta.
Entonces Lucía empezó a
contarnos todo lo que había sucedido en la sala de los espejos del
Centro Comercial, y cómo una mano, seguramente de un zombie, se
había llevado a Diana hasta el interior del espejo. Al terminar, el
mago Nicolás me preguntó que qué hacía con los elegidos cuando
los atrapaba. Yo les expliqué a todos, incluido a Pablo, aunque ya
lo supiera, que nos convertía en sus sirvientes para toda la vida, y
que dejaríamos de serlo cuando ella muriera, y que nos mataría
cuando hubiera atrapado a todos los elegidos. Entonces, el mago
Nicolás, para variar, estropeó las esperanzas de salvar a Diana
diciendo que a ese paso la chica ya sería la sirvienta de Jane.
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