Cuando
terminamos de escuchar la historia de Diana y Lucía, decidí
ducharme, ya que olía fatal, tenía el pelo manchado de sangre,
pegajoso... Total. Que necesitaba una ducha.
Ángel
ya se había despertado, y al ver que yo estaba despierta, me
preguntó si se había perdido algo. Así que justo antes de
ducharme, le conté lo que había pasado con Diana y Lucía, y
después me puse a llorar. Intentó consolarme dándome un abrazo,
pero por alguna razón, le evité y me fui corriendo a la segunda
planta.
Empecé
a llenar la bañera de agua. Siempre me había gustado ahorrar, pero
ahora prefería un baño. Comencé a desvestirme lentamente. Aún
tenía los ojos llorosos e hinchados. Terminé de desvestirme y metí
los pies en el agua después de cerrar el grifo. Estaba a la
temperatura perfecta, así que me senté y después me tumbé. Por
fin podía relajarme un poco en agua caliente, destensando mis
músculos agarrotados, mi corte en el cuero cabelludo...
De
repente, llamaron a la puerta. Pregunté quién era, y respondió la
voz de Lucía. Le dije que estaba bañándome y que hablaríamos más
tarde, pero ella me dijo que era grave. Al oír esto, le dejé que
entrara. Lucía entró y se sentó en la tapadera del váter. Se
aclaró la garganta y se preparó para anunciarme la noticia:
-Ángel
vio que estabas triste por lo de Diana y se ha ido en busca de ella
con Pablo.
-¿¿Quéé?
Eso no puede ser...
-Sí
lo es Paula, y lo siento.
-¡Le
puede pasar algo muy grave o incluso morir! ¡No puedo dejar que le
pase nada!
A
continuación me levanté de la bañera y me enrollé con la toalla
que me había preparado anteriormente. Me dio igual que Lucía me
viera desnuda, al final y al cabo, las dos éramos chicas, y ninguna
de las dos éramos lesbianas. Aún así le pedí a Lucía que saliera
del baño mientras me vestía. Me puse mis shorts vaqueros color
negro y mi camiseta de tirantes de flores. Verdaderamente ni me di
cuenta que se me había olvidado ponerme el sujetador, por la prisa
que tenía por ir a buscar a Ángel, y a Pablo también.
Al
estar lista, bajé a la planta de abajo, y vi a todos mis amigos y al
mago Nicolás en el sofá del salón, hablando ruidosamente. Cuando
me vieron, interrumpieron lo que estaban hablando. Entonces, el mago
Nicolás se levantó y se acercó a mí. Me posó las manos sobre los
hombros y me dijo cuidadosamente:
-Querida,
Lucía y tú os quedaréis aquí por lo que os podáis encontrar
cuando vayamos a por los señores Pablo y Ángel y la señorita
Diana.
-¿Qué?
Ni hablar, ni soñando. Ángel es mi novio y voy a ir a salvarlo. Y
además, Pablo es el novio de Lucía, ¿por qué ella tampoco va?
-Es
por lo que os podáis encontrar. Por si les ha pasado algo o han
m....
-¡NO
PRONUNCIE ESA PALABRA!-le interrumpí-. ¡ESTOY SEGURA DE QUE ESTÁN
BIEN! ¡LUCÍA Y YO OS ACOMPAÑAREMOS!
-Eso
está claro-me apoyó Lucía-.
-Muy
bien-dijo el mago Nicolás-. Pero os he avisado.
Me
guardé el móvil en el bolsillo y le di la mano a Lucía. Estábamos
dispuestas a hacer lo que fuera para salvar a Pablo y a Ángel. El
mago Nicolás nos pidió que le tocáramos cualquier parte del
cuerpo. Bueno, cualquiera no, ya me entendéis. Para mí, esta
experiencia era nueva, para los demás no. Como ya sabéis, en el
castillo de la bruja Jane el mago Nicolás no se podía aparecer así
como así porque había un montón de hechizos. Así que el mago
Nicolás había decidido aparecerse justo en el bosque que había
alrededor del castillo. Entonces, todos le tocamos la cabeza, y
empezamos a girar y a girar hasta que mareados, tocamos
el suelo del frondoso bosque. Le dejamos de tocar la cabeza y miramos
a nuestro alrededor. Estábamos totalemente rodeados de árboles
altos y verdaderamente frondosos. No se veía ni un trocito de cielo.
El mago Nicolás nos anunció:
-Hay
que darse prisa. En este bosque oscurece pronto y, además, hay
animales muy peligrosos por la noche.
Empezamos
a caminar, guiados por el mago Nicolás. Alguna que otra vez se oía
un pequeño alarido, resultado de un arañazo a causa de una rama o
cualquier cosa picuda que hubiera en el bosque.
Cuando
llevábamos más de hora y media caminando, y lo sabíamos gracias al
reloj de muñeca que llevaba Mario, Tomás se paró en seco, haciendo
que Lucía, Mario, Miriam y yo nos tropezáramos y casi cayerámos al
suelo:
-¿Pero
qué pasa?-pregunté frotándome la espinilla, donde me había
golpeado con una roca al tropezarme-.
-He
escuchado a alguien gritar. Y creo que era una chica-respondió
Tomás-.
-Tiene
razón-intervino el mago Nicolás-. Esperad, usaré el poder del oído
afinado para poder escuchar mejor.
Mientras
que nos quedábamos callados, el mago Nicolás doblaba la cabeza
hacia un lado, haciendo que su oído derecho quedase inclinado hacia
arriba. A veces fruncía el ceño y otras tantas ponía cara de
miedo. Nosotros no escuchábamos nada, sólo algún que otro grito.
Después de cinco minutos de silencio, el mago Nicolás puso la
cabeza recta, se frotó el oído de tanto esfuerzo y nos dijo:
-La
que estaba gritando era Diana. Hay que darse prisa.
Tras
oír esta frase, todos, sobre todo Tomás, empezamos a caminar lo más
deprisa posible. Aún así, nos desplazábamos como caracoles a causa
de las raíces de los árboles que salían del suelo, las plantas que
picaban, y las largas ramas de los árboles en mitad del camino.
Entonces, a mí se me pasó por la cabeza, que con mi poder, podría
hacer que flotáramos todos. Les dije mi idea, y asintieron todos
bastante agradecidos, excepto el mago Nicolás, que hizo que de su
espalda salieran unas alas blancas y grandes. Todos nos quedamos
boquiabiertos y al vernos, el mago Nicolás nos dijo:
-No
os quedéis así. Si cuando seáis adultos, hagáis las pruebas y las
paséis y os den todos los poderes, uno de ellos será convertirse en
ángel, que es lo que acabo de hacer.
Tras
decir esto, el mago Nicolás echó a volar con rapidez.
Inmediatamente, me concentré lo máximo posible en mi cuerpo y en
los de mis amigos, y lentamente, empezamos a flotar. Los demás
estaban asombrados al ver que podían flotar. Claro, como ellos no
tenían que esforzarse nada para flotar, no como yo, que al estar
totalmente concentrada en cinco cuerpos en total, me estaba empezando
a doler la cabeza.
Al
elevarnos unos 30 metros en el cielo, vimos otra cosa que no era para
nada un árbol. Al ver el castillo de la bruja Jane por el exterior,
me desconcentré en mi cuerpo y en el los demás por un segundo, lo
que causó que mis amigos y yo empezáramos a caer rápidamente en
dirección al suelo. El mago Nicolás se dio cuenta de que estábamos
cayendo justo a tiempo. Hizo un extraño movimiento con la mano y
nosotros nos quedamos paralizados en el aire. Al ver nuestras
posturas, empezamos a reír a carcajadas. Tomás estaba cabeza abajo,
con su pelo castaño rizado totalmente alborotado por el viento, un
zapato saliéndose de su pie derecho, y con las manos apoyadas en la
cabeza; Miriam estaba en horizontal, con su largo y liso pelo negro
hacia arriba, resultado del viento ,y con los extremos de su cuerpo
hacia arriba, formando una pequeña “U”; Mario estaba sentado de
piernas cruzadas en el aire, con su pelo rubio y corto, al estilo
Niall de One Direction
totalemente
despeinado; Lucía estaba también cabeza abajo, con los brazos y las
piernas estirados y con su largo, rizado y rubio pelo paralizado en
el aire hacia arriba. Por último, yo estaba en la misma posición
que Miriam, ya que ella y yo habíamos ido juntas a tirarnos en
paracaídas una vez, y sabíamos que había que ponerse en
horizontal, excepto que mi barriga estaba totalmente al descubierto,
y yo me estaba aguantando la camiseta para que no se subiera más.
El
mago Nicolás volvió a mover la mano, dibujando un círculo en el
aire, e hizo que de nuestras espaldas salieran alas blancas y grandes
como las suyas. Nos había convertido en ángeles. Inmediatamente
después, el mago Nicolás hizo que nos pudiéramos volver a mover.
Nos miró con cara de “no es hora de reírse, a menos que queráis
perder a vuestros amigos”. Nosotros nos miramos y empezamos a mover
las alas. No era tan difícil como había pensado. Era, simplemente,
como tener dos brazos más. Excepto que nunca te cansabas de mover
las alas. Seguimos nuestro camino hasta la entrada del castillo de la
bruja Jane, esta vez más rápido.
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