Al día
siguiente, las chicas bajamos las primeras. Mientras terminábamos
las tostadas, los chicos bajaron, frotándose los ojos. Arthur y
Ángel venían sin camiseta. La verdad es que ellos dos eran los que
estaban más buenos. Lucía se atragantó al ver las tabletas de
Arthur. Puso la excusa de que había tragado por el otro lado, pero
Diana, Miriam y yo sabíamos que no era por eso. Ángel me dio un
pequeño beso y se sentó a mi lado. Empezó a comerse su tostada, lo
mismo que hicieron Mario, Tomás y Arthur. Al terminar de desayunar,
nos fuimos al sofá, a ver las noticias matinales. Anunciaban un
secuestro y un suicidio en el mismo barrio. Tras algunas imágenes
destrozadoras, el mago Nicolás apareció de repente. Tras algunos
grititos del susto, el mago Nicolás empezó a hablar:
-Tengo
algo que anunciaros.
-Dinos-dije-.
-Nos
vamos.
-¿Qué?-preguntó
Arthur-. Si llegué ayer-añadió-.
-Sí y lo
siento. Pero la bruja Jane ya sabe donde estamos y quién es el nuevo
elegido. Ya ha secuestrado a tu familia Arthur.
-¡Mi
familia! ¡Ma famille, ma famille!-empezó a gritar en
francés-.
-¡No
sufras!-le indicó Lucía-. Si no, le darás poder a Jane
-De
acuerdo, d'accord, tranquilise toi Arthur.
Seguía
balbuceando en francés y no entendíamos nada, excepto yo, que
entendía alguna que otra palabra al haber dado francés durante dos
años. Mientras Arthur andaba de una lado para otro del salón
nervioso, el mago Nicolás seguía hablando:
-Nos vamos
a Francia, a la ciudad de París.
-¿Quééé?-exclamamos
todos-.
-Lo que
oís. Y nos vamos ya. En media hora estoy aquí para llevaros al
hotel que he reservado. Preparad todo lo necesario para el resto del
año, que pasaremos allí.
Tras
haber asimilado la gran noticia, empezamos a hacer las maletas. Todos
los que pasábamos por al lado de Arthur, le dábamos palmaditas en
la espalda, animándole, pero sólo Lucía se quedó explicándole
que todas las familias de los elegidos estaban encerradas. Eso no
pareció animar mucho a Arthur, así que Lucía se alejó de él y
siguió preparando su maleta desilusionada.
Tras
media hora de preparativos, estábamos listos. Llevábamos toda la
ropa de nuestros armarios y todos nuestros objetos personales. El
mago Nicolás apareció allí y nos indicó que le tocáramos. Al
hacerlo, empezamos a girar y a girar, hasta que tocamos suelo.
Estábamos en una abarrotada calle de París. Sólo las personas de
energía positiva podrían ver al mago Nicolás, y no les parecía
extraño, ya que seguramente le conocerían.
En frente nuestra,
estaba la entrada de un hotel de cinco estrellas, llamado Le
Palace. Arthur dijo que ya había estado en ese hotel una vez y
que era verdaderamente impresionante. El mago Nicolás nos indicó
que ese hotel sólo lo podían ver las personas con energía
positiva, que para las de energía negativa era un simple almacén
abandonado. Seguimos al mago Nicolás al interior del hotel. La
recepción era acogedora y hogareña. Con sólo las luces que hacían
falta colgadas del techo, varios sillones alrededor de una gran mesa
redonda, donde había varios Mac. El suelo era una gran alfombra
roja, con los bordes de oro. La recepción ocupaba un lado entero de
la sala. Varios recepcionistas atendían largas colas de personas con
sus maletas. Cada recepcionista tenía un ordenador a su disposición.
El mago
Nicolás se dirigió a la cola más pequeña. Nos dijo que todos los
clientes eran magos o brujas o adolescentes con energía positiva.
Incluidos todos los trabajadores, que ya eran todos oficialmente
magos y brujas con todos los poderes.
Tras
quince minutos de espera, llegó nuestro turno. Una mujer rellenita y
amable nos atendía. Tenía orejas puntiagudas. Que extraño, pensé.
Mientras el mago Nicolás hacía los papeles y reservaba las
habitaciones, nosotros estábamos sentados en los sillones, cada uno
con un Mac en frente. En media hora, los papeles estaban listos. Como
mago Nicolás que era, un hombre con chaleco rojo y blusa blanca
debajo, se ocupó de llevar todas las maletas, flotando, claro. Por
el camino, el mago Nicolás nos explicaba la disposición de las
habitaciones. El mago Nicolás no quiso poner las parejas juntas,
para prevenir. Yo iba con Lucía, Miriam y Diana, Ángel y Arthur y
Tomás y Mario.
Subimos
a la planta cincuenta. Teníamos las habitaciones
1235-1236-1237-1238-1239, ya que el mago Nicolás tenía una para él
sólo. Nos quedaríamos en ese hotel el resto del año, es decir,
cuatro meses. Cada habitación, era una especie de apartamento, con
salón, sofás, teles enormes, dos cuartos de baño con bañera,
váter y ducha, terraza, habitación...
Lucía
y yo entramos a nuestra habitación, la 1237. Ángel y Arthur tenían
la 1238, Mario y Tomás la 1236 y Diana y Miriam la 1235.
Lucía
y yo nos quedamos boquiabiertas. Nuestra habitación era casi como
una casa normal y corriente. Nuestro salón, que era lo primero que
se veía, era tan grande como el de la casa de Miriam. Teníamos una
tele HD 3D, de 35 pulgadas, de color blanco. El sofá era de cuatro
plazas, color beish. Estaba en frente de la tele. Entre la tele y el
sofá, había una mesa de madera caoba, con un frutero y el mando de
la tele encima. Debajo de la mesa, había una alfombra redonda de
pelos beish. Justo detrás del sofá, había un pequeño muro, igual
de alto que el sofá, que separaba el salón de la cocina. Ésta era
bastante moderna, acompañada de lavabajillas, microondas, horno,
tostadora, sartenes, ollas, lavabo, platos, vasos, un montón de
armarios y cajones... La encimera era de granito, y los armarios y
cajones de madera. Justo en el centro de la cocina, había una mesa,
acompañada de cuatro sillas. La mesa y las sillas también eran de
madera caoba.
A
continuación, nos dirigimos a una puerta que había en el lado
izquierdo de la sala. La abrimos. ¡Era un gimnasio! No nos lo
creíamos. Había dos bicicletas de spinning, dos cintas, pelotas
enormes, colchonetas para hacer yoga... Total, un gimnasio. Lucía se
subió a la cinta y la puso en marcha:
-¡Qué
guay!-gritó-. ¡Siempre he querido usar una!
La puso
cada vez más rápido, hasta que llego un momento que se puso a
correr. Contenta, soltó las manos de las barreras que había para
agarrarse. Resultado: perdió el equilibrio y se cayó de culo. Me
reí. Ella se levantó frotándose los glúteos, y me llamó guarra
de broma. Yo me acerqué y le di dos besos en las mejillas. Tras ese
accidente, seguía la exploración de nuestra nueva casa.
Salimos
del gimnasio, y nos dirigimos a la puerta que había en la pared
norte. Guau. Era nuestra habitación. Había dos camas individuales.
Cada una tenía al lado una mesita de noche, con una lámpara. Otra
mesita de noche con un teléfono separaba las dos camas. Lucía se
acercó al teléfono, donde había una nota escrita a ordenador que
indicaba como usarlo. Leyó en voz alta:
-Primero,
marcar el número de la habitación. Después, pulsar la tecla verde.
Si quiere llamar a servicio de habitaciones, pulsar el siguiente
número: 676. Si quiere llamar a recepción, pulsar el siguiente
número: 767. Guarde esta nota para su seguridad-terminó-.
Lucía
sonrió maliciosa, y después de guardar la nota en el cajón de su
mesita de noche, descolgó el teléfono. Marcó el número de la
habitación de Ángel y Arthur, la 1238. Puso el altavoz y tras tres
bips, respondió la voz de Ángel:
-¿Sí?
-Hola
tonto-dije cariñosa-. Hola idiota-añadió Lucía-.
-Hola
guarras-dijo riéndose Ángel-. Espera, que pongo también el altavoz
y llamo a Arthur-añadió-.
Lucía
se puso nerviosa. Siempre lo hacía cuando sabía que iba a hablar
con Arthur:
-¡Hola!-saludó
Arthur-.
-¡Hola!-respondimos
nosotras-. ¡Espera! ¡Se puede hacer una llamada con cuatro
habitaciones en total! ¡Llamemos también a la habitación de Tomás
y Mario y de Diana y Miriam!-añadió ilusionada Lucía-.
Marcó
los números 1235 y 1236. Tras tres bips, respondieron Diana y Tomás
al unísono:
-¿Sí?
-Hola
tontis-dije-. Somos Ángel, Arthur, Lucía y yo. Podemos hacer una
llamada combinada-añadí sonriendo-.
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