Narra
Ángel
Tuve
que soportar lo de contarles a todos cómo había muerto Paula. En
cuanto terminé, volví a llorar. Por qué Paula. Los siguientes
días, fueron los peores de mi vida. Además, tenía el cuerpo de
Paula almacenado en un ataúd conservador que el mago Nicolás había
hecho aparecer de la nada, para poder devolver el cuerpo a su
familia. Putos zombies. Para colmo, al día siguiente era mi
cumpleaños, un cumpleaños que había planeado con Paula, el
cumpleaños perfecto. Lloré otra vez. Las chicas estaban depresivas,
sobre todo Lucía, ya que compartía habitación con Paula y allí
estaban todas sus cosas. Pobre Paula. No había pasado ni 12 horas en
la ciudad que siempre había deseado visitar. Otra vez a llorar.
Pasaron ya tres semanas desde
que Paula se murió. Último día de septiembre. Ya habríamos hecho
tres meses y medio. Ya no tenía ganas de vivir. Putos zombies, me
repetía siempre. El mago Nicolás no podía impedir que sufriera. Yo
era consciente de que le estaba regalando un montón de poder a Jane.
Que le den. Puta bruja de mierda.
Cuatro
semanas. Las peores cuatro semanas de mi vida. A veces abría el
ataúd de Paula, y recordaba el último beso que nos habíamos dado.
De saber que era el ultimo...
Cinco
semanas. Mitad de octubre. Ya un mes y una semana sin mi Paula. Saber
que nunca volvería. Mi vida era una mierda. Los demás no podían
hacer nada para animarme, ni una tarde de videojuegos me animaba. El
mago Nicolás quería que enterráramos el cuerpo allí, en París,
pero yo me negaba. Tenía que entregárselo a su familia.
Seis
semanas. Último día de octubre. Se acabó. No podía más. ¿Por
qué? Paula, Paula... Esa noche había dormido muy mal. Escuchaba a
Paula gritar, cuando caía. Gritaba mi nombre, gritaba que le
salvara. Pero era imposible. La pesadilla se acababa con la
destrozadora imagen de Paula chocando contra el suelo. Esas seis
semanas llevaba teniendo la misma pesadilla todas las noches.
Siete
semanas. Casi dos meses sin Paula y aún no había asimilado su
muerte. Era el día del cambio de ataúd. Mis amigos también
vinieron. Sacamos a Paula del ataúd. Dios, aún muerta era guapa.
Empecé a llorar. Mi dieciséis cumpleaños había sido ya hacía
dos meses, y había sido sin ella. El cuerpo de Paula reposaba en mi
cama. Cambiamos el ataúd. Me dejaron sólo para meter el cuerpo de
Paula. La posé en el fondo del ataúd. Antes de llorar, le dije mil
te quieros, los te amos que no me dio tiempo de decirle. Estaba
llorando, como siempre que veía su cuerpo lacio, muerto. Con el
tiempo que había pasado, Paula ya tenía la piel pálida. No estaba
en los huesos gracias al ataúd conservador. Tenía la boca
entreabierta. Una de mis lágrimas cayó en su boca, pero yo no me di
cuenta, además, que importaba, estaba muerta. Cerré el ataúd, y lo
moví hasta la esquina reservada para él de la habitación. Justo
cuando iba a salir de la habitación, algo brillaba potentemente. Me
giré y vi que era el ataúd. Seguía brillando cada vez con más
fuerza. Llamé al mago Nicolás, y a mis amigos para que lo vieran.
¿Pero qué estaba pasando? No sé por qué, pero un rayo de
esperanza se iluminó en mi interior.
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