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domingo, 30 de junio de 2013

Capítulo 8: Vuelta al instituto (la mente mágica)


Al día siguiente, Lucía, más animada, empezó a contarnos que el día anterior por la tarde, justo después de saber que tenía un poder, Pablo, un chico un año mayor que nosotras, le había pedido salir. Ella por supuesto, le dijo que sí, la primera razón fue porque siempre le había gustado Pablo, y la segunda, para tener un novio. Nosotras le anunciamos que ahora yo estaba con Ángel y, tras esta conversación, bajamos a desayunar, contentas de poder por fin contarnos nuestros secretos desde hacía ya bastante tiempo.
Al bajar, vimos que los chicos estaban allí, terminándose su tostada, y le preguntamos por el mago Nicolás, ya que Lucía quería saber si su actual novio tenía energía positiva. Ellos nos dijeron que no tenían la menor idea de dónde estaba el mago Nicolás, que cuando ellos se habían levantado, no estaba. Así que a mí, que no me gustan los no como respuesta, se me ocurrió llamarle, allí, en mitad del desayuno:
-¡Gran mago Nicolás Flamel, le necesito!
¿Y a qué no adivináis lo que pasó? Pues no os lo vais a creer, pero allí, a las siete menos veinte de la mañana de ese martes, apareció en medio de la cocina de Miriam el mago Nicolás duchándose. Al vernos, hizo un hechizo y apareció de nuevo vestido y arreglado, con nosotros partiéndonos de risa:
-¿Por qué demonios me habéis llamado ahora?
-Lo primero, Lucía quería saber si su novio Pablo tenía energía positiva y, segundo, para decirle que hoy vamos a ir al instituto, como un día normal-dije-.
Y tras decir esto, me levanté, dándole el último bocado a mi tostada y diciéndoles a todos:
-Es la hora. Son las siete menos cuarto, el autobús estará apunto de llegar.
Dicho esto, me dirigí a la puerta, seguida por todos mis amigos. Abrí la puerta, y, dejando pasar delante a todos mis amigos, al alejarme un poco de la casa, me concentré en la puerta, y ésta se cerró sola, tal y como yo esperaba.
Todos subimos las escaleras del autobús y nos sentamos las chicas juntas y los chicos a parte.
Yo iba al lado de Lucía, que iba escuchando música con su Mp5. Al verla así, sonreí, alegre de que volviera a estar con nosotros. Pero aún me quedaba algo por averiguar, ¿cómo se había librado Lucía del encantamiento de la bruja Jane? Eso si era inquietante, sobre todo porque el mago Nicolás nos había dicho que Jane era muy poderosa, y con el sufrimiento que hacía pasar a muchos adolescentes, y digo adolescentes porque los poderes se tienen con 15 años, cada vez más.
Le di unos toques con la mano a Lucía en el hombro y ella se quitó un auricular para poder oírme:
-Dime, Paula, ¿qué quieres?
-Simplemente te quería preguntar que cómo te conseguiste librar del hechizo de la bruja Jane.
-Pues, sinceramente, no tengo ni la menor idea-contestó-. Estaba en mi casa, castigada por haberle hablado mal a mi madre, lo hice porque estaba hechizada, que conste, y de repente fue como si me despertara de un sueño muy profundo, luego me desmayé y fui a veros, porque mis conejillos me avisaron cuando me desperté de que tenía energía positiva. Lo que decía, no tengo ni idea.
Y tras decir esto, Lucía se colocó el auricular que se había quitado, y como tenía el volumen tan alto, pude escuchar que estaba oyendo It's my life de Bon Jovi.
Al no haber averiguado lo que quería, saqué mi móvil, me metí en el WhatsApp y vi que mi padre estaba conectado.
Curiosa, decidí mandarle un mensaje:
¡Hola, papá!”
Pasaron cinco minutos y seguía sin respuesta. Entonces le quité el sonido al móvil y me di cuenta de que el autobús estaba vacío, sólo estábamos Diana, Miriam, Lucía, Ángel, Tomás, Mario, yo y el conductor. Con extrañeza, me levanté de mi asiento, disimulando que cogía algo de mi maleta para que el conductor no me regañase y me fui a la parte de atrás. Allí tampoco había nadie, ya que todos estábamos instalados en la parte de delante del transporte. Me senté en el asiento de más a la izquierda de los cinco asientos que había atrás y empezé a mirar por la ventana. Íbamos a gran velocidad, y eso era bastante extraño, ya que para los autobuses escolares estaba prohibido ir a más de 100 km/hora y parecía que íbamos más rápido que eso.
De repente, el autobús pegó un frenazo, lo que tuvo como consecuencia que yo me diera un chocazo con el asiento de delante, que Miriam, que estaba de pie, se cayera de boca, y a los demás lo mismo que a mí, se dieron con el asiento de delante.
Después de varios gemidos de dolor, Miriam se levantó del suelo, con la nariz sangrando, se la había roto. El conductor, que tendría unos 20 años, se acercó disculpándose por el frenazo, que una mujer se había parado en mitad de la carretera interponiéndonos el camino. También vio a Miriam, que miraba hacia el techo y tenía un clínex en la nariz y, un poco avergonzado, le tocó la nariz y se oyó un crujido y un gemido, y al segundo, Miriam estaba curada, con su nariz incluso mejor que antes:
-¡Vaya!-exclamó Miriam-. ¡Muchísimas gracias, señor!
-¿Tan mayor me ves? Sólo tengo cinco años más que tú-contestó el conductor-.
-Lo, lo siento de verdad si te he ofendido. ¿Cómo te llamas?-preguntó Miriam-.
-Me llamo Francisco, pero podéis llamarme Fran. Como ya sabréis, tengo el poder de curar y soy capaz de revivir a una persona muerta.
-¡Nosotros también tenemos poderes!-dijo Lucía frotándose el lugar donde se había dado con el asiento-.
-Ya me lo imaginaba. Yo debería de ser un mago a estas alturas, pero decidí no hacer el examen.


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