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martes, 1 de octubre de 2013

Capítulo 36: Entrenamiento (La mente mágica)


Después de pasear por millones de tiendas y comprarnos ropas y camisetas nuevas, pasamos por delante de un escaparte que me llamó mucho la atención:
-Oye... eso me suena-les dije a los demás, señalando un collar-.
-¿A qué te refieres?-preguntó Miriam-.
-¡Mirad ese collar!-y sin más, entré en la tienda abriendo bruscamente la puerta-.
-Bienvenida señorita-me dijo un ancianito chino con barba larga y blanca-. ¿Qué desea?
-Ese collar. El collar del escaparate-dije, señalando el cristal-.
El hombre cogió una llave dorada muy pequeña y gracias a ella, abrió el cristal del escaparate. Con sumo cuidado, cogió el collar que yo le indiqué:
-¡Mirad chicos!-exclamé ilusionada-.
Ese ojo.... ¡lo sabía! ¡Era el mismo ojo de cristal que había en el pomo de la puerta del mundo mágico! Los demás se quedaron paralizados de repente, incluido el mago Nicolás. Estaban sin decir palabra:
-Ey, chicos, ¿qué decís por mi descubrimiento? ¡Chicos!
Pero nada, no contestaban, ni pestañeaban:
-Mira fijamente, el ojo de cristal, que al submundo te llevará, en tan solo un plis plas-dijo el hombre chino, poniendo los ojos en blanco y levantando las manos hacia el techo:
-¿Qué me pasa?-dije, al ver como mis pies empezaban a hundirse en el suelo-. ¡Chicos!
Pero los demás seguían quietos, no movían nada, ni los ojos, ni las manos, ni los pies, ni ninguna parte del cuerpo. El hombre chino empezó a bailar de forma siniestra, repitiendo la misma frase que antes sucesivamente:
-Mira fijamente, el ojo de cristal, que al submundo te llevara, en un plis plas, mira fijamente, el ojo de cristal, que al submundo te llevará, en un plis plas....
Acabé por hundirme en el suelo hasta la cintura, y en ese punto, sentí como mi cuerpo se paralizaba, y sin poder hacer ni decir nada, mi cuerpo y el de los demás, menos el del viejo ese, se hundieron en el suelo, hasta que acabamos cayendo al vacío, sin gritar, ya que estábamos como paralizados.

                                                          ***
-Hola elegidos-susurró una voz terrorífica en mi oído-.
Abrí los ojos poco a poco, dándome cuenta de que pesaban como piedras. Sólo veía borroso:
-Primera prueba. Librarse de la paralización de los enemigos-dijo una voz angelical-.
-¿Su majestad?-pregunté-.
-No he entendido nada de lo que has dicho Paula. Para librarte de la paralización, sólo tienes que pensar en algo muy bueno que te haya pasado en tu vida. Si funciona, sentirás una especie de calor en todo tu cuerpo, si no es un suceso lo suficientemente bueno, te congelarás y morirás.
-¿¿Quééé??
-Más te vale hacerlo bien a la primera. Los demás, ya habéis oído. Nicolás, contrólalos. Voy a avisar a los sirvientes de la segunda prueba.
Se escucharon unos pasos y una puerta cerrarse:
-Bien, chicos, adelante. Libraros de vuestra paralización.
Vamos a ver, algo bueno que me haya pasado en mi vida. Mmmm.... ¡ya sé! ¡Cuando Ángel y yo nos besamos por primera vez! Me esforcé lo máximo posible en el recuerdo de aquel beso, y tras cinco minutos frunciendo el ceño concentrándome todo lo posible, empecé a sentir un roce cálido por toda mi piel, hasta que volví a sentir mis articulaciones y pude mover los dedos, las muñecas, los codos... Hasta que por fin, pude dar un paso hacia el mago Nicolás, que me miraba sorprendido:
-Vaya, has sido la primera en deshacerte de la paralización. No te voy a preguntar en qué has pensado, supongo que son tus cosas...
-Exacto-afirmé con la cabeza bien alta-.
Me giré hacia atrás y vi cómo mis amigos seguían sin moverse:
-Mago Nicolás, eso de que si no pensamos en algo lo suficientemente alegre nos congelamos y morimos, es mentira, ¿no?
-Era para asustaros y que lo hiciérais bien. Pero tú callate.
-Vale, vale.
Tras quince minutos más, ya estábamos todos moviéndonos victoriosos. Al girarnos, vemos a la reina, que nos mira seria:
-Veo que ésta prueba os ha costado trabajo a todos excepto a Paula. Bien hecho, chica. Si en la guerra os paralizan, no podéis quedaros quince minutos para libraros de ello. Os matarían directamente. Bien, seguidme, tenéis que hacer la siguiente prueba.
-Su Majestad-empezó a hablar Ángel-. ¿No dijisteis que empezaríamos a entrenar la semana que viene?
-No hay tiempo. Tenéis que pelear contra los zombies que han invadido Feérica, el reino de las hadas.
-¿En serio?-pregunté-.
-Sí. Feérica se encuentra justo debajo de China. Mañana mismo tenéis que ir al país. Mike os acompañará y os llevará hasta la puerta que conecta con el mundo mágico subterráneo.
-¿Por qué mañana? Llegamos ayer a Londres-protesté-.
-Ya lo sé Paula, pero a partir de ahora viviréis más en el mundo mágico subterráneo que en vuestro mundo.
-Pero, ¿lucharemos solos contra los zombies que han invadido Feérica?-preguntó Tomás-.
-No. Seréis acompañados por treinta guerreros más. Y a vosotros os daremos todos los poderes más tarde. Por ahora no los necesitáis. Bien, ahora seguidme.
Seguimos andando despacio a la reina, todos asustados por lo que nos pudiéramos encontrar. Pero también por la próxima pelea con los zombies. Puede que ya hayamos luchado contra ellos, pero era la primera vez que lucharíamos junto a nuestro ejército. Seguimos caminando hasta salir del castillo. Al final del puente levadizo nos esperaban cuatro sirvientes, aguantando cada uno un... dragón:
-No me diga que...-empezó a hablar Diana-.
-Exacto-terminó la frase la reina-. Los que no sean mitad demonios, es decir, Tomás, Mario, Miriam y Diana, montaréis en estos dragones.
-Pero, pero... ¿y los regalos que nos hizo el mago Nicolás? ¿La alfombra y la escoba?
-Eso es para divertirse. Los dragones lanzan fuego y hielo por la boca. Tienen fuertes y mortales garras y dientes. Eso os ayudará bastante. Pero tendréis que tener cuidado. Jane y su ejército también tendrán dragones o incluso vigñugs.
-¿Vigñugs?-pregunté-.
-Os lo explicaré luego. Convertiros en demonios y los demás, acercaros poco a poco a los dragones. Los demonios, podréis montar también en dragones, en otra pelea.
Tomás, Mario, Diana y Miriam se acercaron poco a poco a los dragones, pero se pararon en cuanto se lo indicaron los sirvientes:
-Bien. No podéis coger el dragón que queráis. Hemos cogido los cuatro que nos ha dicho el Árbol Padre, pero ahora los dragones os elegirán a vosotros. Si os enseñan los dientes, alejaros directamente, y si se inclina hacia vosotros, significa que os ha elegido. Sirvientes, soltad a los dragones. Ahora quedaros quietos, muchachos.
Los dragones rugieron, contentos de estar libres, y comenzaron a acercarse a mis amigos, que temblaban de pies a cabeza. A la primera a la que se acercó un dragón fue a Diana, que era la que más tranquila parecía. El dragón la olfateó y a continuación se inclinó ante Diana:
-¡Bien, Diana! ¡Ahora acaríciale!-le gritó la reina a la chica-.
Diana se acercó sin rechistar al dragón y le acarició la nariz y el cuello. El dragón comenzó a mover su cola de pinchos, sin acercarla a Diana, y entonces dobló sus patas delanteras y dobló la cabeza, indicándole a Diana que se montara:
-¡Vamos, Diana, móntate!-le animó la reina-.
Sonriente, Diana apoyó su pie en la salida del ala del dragón, y se sentó en la montura que tenía colocado el dragón. Dió una patada al dragón en el cuello, y éste empezó a mover las alas y se elevó en el cielo:
-¡Yujuuu!-gritó Diana victoriosa-.
-¡Ahora ese dragón es tuyoo!-gritó la reina sonriente-.
Mientras tanto, en el suelo, se había creado un pequeño problema.































2 comentarios:

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  2. Hola.
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