Al día siguiente, Lucía, más
animada, empezó a contarnos que el día anterior por la tarde, justo
después de saber que tenía un poder, Pablo, un chico un año mayor
que nosotras, le había pedido salir. Ella por supuesto, le dijo que
sí, la primera razón fue porque siempre le había gustado Pablo, y
la segunda, para tener un novio. Nosotras le anunciamos que ahora yo
estaba con Ángel y, tras esta conversación, bajamos a desayunar,
contentas de poder por fin contarnos nuestros secretos desde hacía
ya bastante tiempo.
Al bajar, vimos que los chicos
estaban allí, terminándose su tostada, y le preguntamos por el mago
Nicolás, ya que Lucía quería saber si su actual novio tenía
energía positiva. Ellos nos dijeron que no tenían la menor idea de
dónde estaba el mago Nicolás, que cuando ellos se habían
levantado, no estaba. Así que a mí, que no me gustan los no como
respuesta, se me ocurrió llamarle, allí, en mitad del desayuno:
-¡Gran mago Nicolás Flamel, le
necesito!
¿Y a qué no adivináis lo que
pasó? Pues no os lo vais a creer, pero allí, a las siete menos
veinte de la mañana de ese martes, apareció en medio de la cocina
de Miriam el mago Nicolás duchándose. Al vernos, hizo un hechizo y
apareció de nuevo vestido y arreglado, con nosotros partiéndonos de
risa:
-¿Por qué demonios me habéis llamado ahora?
-¿Por qué demonios me habéis llamado ahora?
-Lo primero, Lucía quería saber
si su novio Pablo tenía energía positiva y, segundo, para decirle
que hoy vamos a ir al instituto, como un día normal-dije-.
Y tras decir esto, me levanté,
dándole el último bocado a mi tostada y diciéndoles a todos:
-Es la hora. Son las siete menos
cuarto, el autobús estará apunto de llegar.
Dicho esto, me dirigí a la
puerta, seguida por todos mis amigos. Abrí la puerta, y, dejando
pasar delante a todos mis amigos, al alejarme un poco de la casa, me
concentré en la puerta, y ésta se cerró sola, tal y como yo
esperaba.
Todos subimos las escaleras del
autobús y nos sentamos las chicas juntas y los chicos a parte.
Yo iba al lado de Lucía, que iba
escuchando música con su Mp5. Al verla así, sonreí, alegre de que
volviera a estar con nosotros. Pero aún me quedaba algo por
averiguar, ¿cómo se había librado Lucía del encantamiento de la
bruja Jane? Eso si era inquietante, sobre todo porque el mago Nicolás
nos había dicho que Jane era muy poderosa, y con el sufrimiento que
hacía pasar a muchos adolescentes, y digo adolescentes porque los
poderes se tienen con 15 años, cada vez más.
Le di unos toques con la mano a
Lucía en el hombro y ella se quitó un auricular para poder oírme:
-Dime, Paula, ¿qué quieres?
-Simplemente te quería preguntar
que cómo te conseguiste librar del hechizo de la bruja Jane.
-Pues, sinceramente, no tengo ni
la menor idea-contestó-. Estaba en mi casa, castigada por haberle
hablado mal a mi madre, lo hice porque estaba hechizada, que conste,
y de repente fue como si me despertara de un sueño muy profundo,
luego me desmayé y fui a veros, porque mis conejillos me avisaron
cuando me desperté de que tenía energía positiva. Lo que decía,
no tengo ni idea.
Y tras decir esto, Lucía se
colocó el auricular que se había quitado, y como tenía el volumen
tan alto, pude escuchar que estaba oyendo It's my life de Bon
Jovi.
Al no haber averiguado lo que
quería, saqué mi móvil, me metí en el WhatsApp y vi que mi padre
estaba conectado.
Curiosa, decidí mandarle un
mensaje:
“¡Hola, papá!”
Pasaron cinco minutos y seguía
sin respuesta. Entonces le quité el sonido al móvil y me di cuenta
de que el autobús estaba vacío, sólo estábamos Diana, Miriam,
Lucía, Ángel, Tomás, Mario, yo y el conductor. Con extrañeza, me
levanté de mi asiento, disimulando que cogía algo de mi maleta para
que el conductor no me regañase y me fui a la parte de atrás. Allí
tampoco había nadie, ya que todos estábamos instalados en la parte
de delante del transporte. Me senté en el asiento de más a la
izquierda de los cinco asientos que había atrás y empezé a mirar
por la ventana. Íbamos a gran velocidad, y eso era bastante extraño,
ya que para los autobuses escolares estaba prohibido ir a más de 100
km/hora y parecía que íbamos más rápido que eso.
De repente, el autobús pegó un
frenazo, lo que tuvo como consecuencia que yo me diera un chocazo con
el asiento de delante, que Miriam, que estaba de pie, se cayera de
boca, y a los demás lo mismo que a mí, se dieron con el asiento de
delante.
Después de varios gemidos de
dolor, Miriam se levantó del suelo, con la nariz sangrando, se la
había roto. El conductor, que tendría unos 20 años, se acercó
disculpándose por el frenazo, que una mujer se había parado en
mitad de la carretera interponiéndonos el camino. También vio a
Miriam, que miraba hacia el techo y tenía un clínex en la nariz y,
un poco avergonzado, le tocó la nariz y se oyó un crujido y un
gemido, y al segundo, Miriam estaba curada, con su nariz incluso
mejor que antes:
-¡Vaya!-exclamó Miriam-.
¡Muchísimas gracias, señor!
-¿Tan mayor me ves? Sólo tengo
cinco años más que tú-contestó el conductor-.
-Lo, lo siento de verdad si te he
ofendido. ¿Cómo te llamas?-preguntó Miriam-.
-Me llamo Francisco, pero podéis
llamarme Fran. Como ya sabréis, tengo el poder de curar y soy capaz
de revivir a una persona muerta.
-¡Nosotros también tenemos
poderes!-dijo Lucía frotándose el lugar donde se había dado con el
asiento-.
-Ya me lo imaginaba. Yo debería
de ser un mago a estas alturas, pero decidí no hacer el examen.